viernes, diciembre 5

El Día Internacional del Voluntario, instaurado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1985, nació para reconocer a quienes, en cada rincón del planeta, ejercen el oficio silencioso de ayudar. La premisa era clara: invitar a gobiernos y sociedades a comprender el valor profundo de ese servicio desinteresado.

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Una auxiliar voluntaria colaborando con una enfermera en la vacunación de niños. Años 60. (Foto: Archivo Histórico de la Dirección de Auxiliares Voluntarios - CRP)

Para evidenciar ello, solo basta revisar el papel que los voluntarios de todo el mundo ejecutaron durante la pandemia del COVID-19; en esas circunstancias, el voluntariado se volvió más visible que nunca. Allí estaban, sin pausa, llevando medicinas, levantando albergues, sosteniendo a familias que habían perdido todo. Enfermeros, ingenieros, psicólogos o comunicadores: todos movidos por el mismo impulso de no abandonar a nadie en medio del miedo y la incertidumbre.

Ese año viral de 2020, la frase motivadora a nivel global fue: “Con voluntariado, unidos somos más fuertes”. No era una consigna; era el retrato de lo que ocurría cuando la humanidad decidía no ser indiferente. En el Perú, ese retrato tiene 146 años con la Cruz Roja Peruana y un uniforme blanco más una cruz roja, presente en los momentos más críticos del país.

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EL COMIENZO EN MEDIO DE LA GUERRA

La Cruz Roja Peruana nació en 1879, a comienzos de la Guerra del Pacífico (1879-1883), cuando un grupo de estudiantes y catedráticos de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos propuso crear ambulancias civiles para atender a las víctimas que desbordaban los campamentos. Eran tiempos en los que la medicina y humanidad avanzaban más rápido que la política.

Aquel impulso permitió organizar cuatro ambulancias, divididas en secciones fija y volante. Durante el combate de San Francisco atendieron a más de 150 heridos, muchos rescatados bajo fuego enemigo. Y en Tarapacá auxiliaron a 339 heridos, entre ellos 49 soldados chilenos. La neutralidad, todavía incipiente, empezaba a forjarse como una ética innegociable.

Con la adhesión del Perú en 1880 a la Primera Convención de Ginebra (1864), el Movimiento Internacional de la Cruz Roja aceptó al país como miembro, convirtiéndolo en el primero en América en integrarse a la red humanitaria mundial. La llamada “Junta Central de Ambulancias” adoptó luego oficialmente el nombre de “Sociedad Peruana de la Cruz Roja”.

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La fecha fundacional quedó fijada en el 17 de abril de 1879, cuando se aprobó la creación de esas ambulancias que, sin saberlo, estaban dando inicio a un legado humanitario que atravesaría generaciones. Tras la guerra, la CRP orientó su labor hacia la preparación para emergencias y el adiestramiento de voluntarios. Pero la paz nunca fue plena.

DIRECCIÓN DE AUXILIARES VOLUNTARIOS: UNA HISTORIA PROPIA

Conflictos internos y externos, desastres naturales y emergencias de todo tipo llevaron a la Cruz Roja Peruana, durante las primeras décadas del siglo XX, a mantenerse en permanente atención para asistir con eficiencia a la población afectada. Un ejemplo decisivo ocurrió el 24 de mayo de 1940, cuando un sismo de gran intensidad golpeó con fuerza la Provincia Constitucional del Callao y el distrito limeño de Chorrillos.

Brigadas de camilleros trasladaron a los heridos en ambulancias propias y prestadas hacia los puntos de atención médica, como el cuartel de la Guardia Chalaca, en La Perla. En carpas previamente instaladas, los socorristas de la CRP trabajaron codo a codo con el Comité de Damas, un grupo de “auxiliares voluntarias” y los cadetes de la Cruz Roja Juvenil.

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Miles de personas resultaron afectadas en toda la capital, especialmente en las zonas del Callao y Chorrillos. Y aunque la respuesta fue intensa y solidaria, el desastre dejó una lección clara para las autoridades de la CRP: a pesar del compromiso del personal y los voluntarios, la institución no contaba aún con la preparación ni el entrenamiento necesario para enfrentar un evento de esa magnitud.

Ante esa evidencia, la institución decidió crear un “Cuerpo de Auxiliares Voluntarias” permanente. El primer curso se dictó el 6 de noviembre de 1940, fecha que se reconoce como la fundación de este organismo, más adelante denominado “Dirección de Auxiliares Voluntarios” (DAV) de la Cruz Roja Peruana. Su primera sede funcionó en un pequeño local de la avenida La Colmena (hoy Nicolás de Piérola), en pleno Cercado de Lima.

Desde allí se diseñó una formación rigurosa que abordaba, con claridad y práctica, nociones de enfermería, higiene, primeros auxilios y puericultura. Muy pronto, las auxiliares voluntarias se convirtieron en un apoyo indispensable para enfermeras y médicos, especialmente en los momentos más críticos del país, como el conflicto armado con Ecuador de 1941, que fue como una prueba de fuego para este nuevo cuerpo de la CRP.

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Tiempo después, la DAV se trasladó a la sede de la avenida Arequipa, en Santa Beatriz, un edificio entonces ocupado por las Damas de los Talleres de Emergencia, responsables de confeccionar vestimenta y material para las Fuerzas Armadas. Con los años, las auxiliares voluntarias fueron ganando espacio hasta ocupar por completo el segundo nivel del local, que terminó convirtiéndose en su casa institucional.

La primera directora de este cuerpo fue Josefina Tudela; la sucedió María Graña Ottone, cuyo temple y disciplina marcaron a generaciones de voluntarios en medio de innumerables emergencias. Más adelante asumió la posta Jenny Arbulú de Gendreu, otra figura entrañable en la memoria institucional.

A ellas se sumaron nombres que aún se evocan con respeto y gratitud: Ana de Boggio, Lucrecia de Molina, Graciela Alcántara y las pioneras del Servicio Motorizado —creado en 1946 bajo el liderazgo de Pilar Ayulo Vargas—, mujeres que dejaron una huella profunda entre quienes alguna vez sirvieron en la Cruz Roja Peruana.

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UNA FAMILIA DE TRES MIL VOLUNTARIOS

En los últimos años, la CRP –con todos sus problemas, crisis y conflictos internos– ha estado presente en distintas emergenciasdesbordes de ríos, huaicos, sismos y crisis migratorias—, respondiendo, como lo ha hecho históricamente frente a terremotos, epidemias y desastres naturales.

La Cruz Roja Peruana reúne a más de 3 mil voluntarios distribuidos en 38 filiales en todo el país. Jóvenes y adultos, especialistas y recién iniciados, todos convergen en una misión que trasciende cualquier profesión.

En la filial Lima, de Surco, llegan quienes buscan formarse en primeros auxilios, inyectoterapia, masoterapia, cuidado del adulto mayor y del niño, entre otras especialidades impartidas por su Escuela de Capacitación, fundada en 1996.

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Pero ser voluntario es mucho más que llevar un curso o vestir un uniforme. Significa renunciar a fines de semana, dejar a la familia en días difíciles, exponerse a riesgos y, aun así, volver al día siguiente con la misma disposición. En cada emergencia, un voluntario no solo entrega agua o medicinas; también ofrece compañía, escucha y presencia, aquello que muchas veces salva más que cualquier insumo.

LA CANCIÓN QUE CIERRA EL DÍA

Natalia Mojorovich de Alvarado, antigua voluntaria de la Cruz Roja Peruana, recuerda que en los albergues, en el Hospital Militar, en las casas de ancianos o en los pabellones de niños quemados, muchas jornadas concluían de la misma manera: con una canción.

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Era una melodía sencilla, compuesta por Alberto Quirola, del Servicio Motorizado, que ayudaba a bajar el pulso del día, cerrar la jornada y compartir un respiro luego de horas de servicio;

“Los voluntarios de la Cruz RojaHemos venido a cantarA la vida, a la alegríaY sobre todo a la amistad…”.

Era una despedida que calmaba el cansancio. “Todo tiene su comienzo, todo tiene su final…”, cantaban, antes de guardar los equipos y despedirse hasta la siguiente convocatoria.

En esa canción permanecen vivos los nombres de quienes dejaron una huella profunda en la memoria de la institución: Chela Arata, la inolvidable secretaria de la Dirección de Auxiliares Voluntarios (DAV); José Patiño Millet, médico oftalmólogo con el grado de Coronel de la PNP; José Ostoloza; Miguel Piña Schiaffino —fallecido en el accidente aéreo que enlutó al club Alianza Lima en diciembre de 1987—; y Juan Hernández Monteza, el recordado “Marqués de Caja de Agua”.

Cuando la jornada terminaba para los voluntarios de ayer —y también para los de hoy—, lo que quedaba era siempre lo mismo: el eco de una vocación que ha acompañado al Perú durante 146 años, de los cuales 85 han estado marcados por el aliento y la entrega de la Dirección de Auxiliares Voluntarios. ¡Feliz Día Internacional del Voluntario!

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