Luis Valera y Orbegoso pertenecía a esa generación que sufrió las consecuencias de la ‘Guerra del Pacífico’ (1879-1883), con figuras notables como los hermanos Francisco y Ventura García Calderón, José de la Riva Agüero y Víctor Andrés Belaunde. Eran miembros de la “Generación del 900″.
Vecino de Barranco y gran lector, “Clovis” era admirador de la literatura francesa (amaba a Émile Zola) y de la tradición clásica (griega y latina). Su vasta cultura e interés insaciable en los libros y en la vida misma, debió tener un espacio y lo encontró en el periodismo. Con ese inefable seudónimo escribió muchos años en El Comercio, y se hizo famoso en toda Hispanoamérica.
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“Clovis” se dedicó al periodismo a tiempo completo, entre 1910 a 1930, con raptos de provechosa pedagogía tanto en el Colegio Nacional “Nuestra Señora de Guadalupe” como en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, su alma máter. Cuenta el escritor y amigo suyo Francisco García Calderón, en una nota póstuma en El Comercio, el 20 de julio de 1930, que era de los que “del archivo, de la biblioteca, pasaba sin esfuerzo al trato con los hombres”.
Así, pues, no fue de extrañar que sintiera al diario decano como su “casa maternal”, ya que allí mismo instaló su “libre tribuna”, su “cátedra sonriente”, como describió García Calderón. “Clovis” no hería con sus ideas ni denostaba de nadie. Como periodista de las primeras décadas del siglo XX, solo buscó que el orden se impusiera a la barbarie y que los intereses verdaderos de la patria ganaran la batalla.
Varela y Orbegoso enseñó en El Comercio que uno debía tener el mismo cuidado al escribir un artículo o contestar una carta; el mismo cuidado de cuando se ordenaba la casa o se preparaba la mesa “para cenar con los amigos”. Era “puntual, preciso, concertado, seguro de sí, vivía bajo el imperio de normas claras que se había impuesto con voluntad rigurosa”, indicó García Calderón. (EC, 20/07/1930)
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Si bien su mundo era el Derecho y la Diplomacia, algo en él bullía inexorablemente: era el deseo de intercambiar con diferentes tipos de personas, de conocer situaciones diversas, extremas, buenas y malas, y de ejercer su espíritu crítico al máximo, de escribir con pasión e inteligencia. Eso solo podía vivirlo con la intensidad que hallaba en el periodismo.
“Clovis” empezó como redactor de El Comercio en 1908, a sus 30 años, y no dejó de colaborar hasta su muerte en 1930. Esencialmente un cronista, el autor dio espacio para la columna y el artículo, donde podía compartir su escrupulosa mirada entre la tradición y la modernidad. El mundo de las letras era su mundo, y así no extrañó que, en 1925, publicara su tesis de Doctorado en Letras de San Marcos, con el tema del periodismo y la literatura.
Con ese interés en tal simbiosis informativa, el 1 de enero de 1926 “Clovis” publicó en El Comercio, con una dedicatoria a su colega y amigo Luis Miró Quesada de la Guerra (el de la frase: “El periodismo, según como se ejerza, puede ser la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios”), un frondoso artículo titulado, simplemente: “Periodismo y Literatura”, donde esbozó sus ideas en torno el universo de interrelaciones que él percibía, claramente, entre ambos campos del conocimiento humano. Por esos días, el director del diario decano era Antonio Miró Quesada de la Guerra, el hermano de Luis.
“CLOVIS” Y SU PROPUESTA DEL PERIODISTA MODERNO EN EL PERÚ
En dicho artículo, Luis Valera y Orbegoso, “Clovis”, señalaba un vacío en los tratados literarios y manuales de retórica: el vacío era la omisión -en todos ellos- de los necesarios “consejos y reglas para escribir en los periódicos”. Y precisaba curiosamente que, hasta ese día, al menos en el Perú, no se había escrito el “Manual del Perfecto Periodista”. (EC, 01/01/1926)
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Remarcaba “Clovis” que los clásicos no tuvieron la culpa de ignorar el ejercicio periodístico porque, como todo el mundo sabía, no tenían ningún referente al respecto; el periodismo era una cosa netamente moderna. Aún más, el periodismo de 1926, entendido como “diaria información”, ya difería demasiado de aquellas “gacetas de antaño”, de mediados del siglo XIX, que solo se regodeaban con sus ideas, propagandas y doctrinas.
Estas gacetas eran, como decía “Clovis” mordazmente: “Verdaderos pequeños libros, panfletos de formato reducido, que otra cosa no eran, necesitaban solo de amplia difusión y tenían que preocuparse de la forma para hacer atrayente el contenido. De allí el aspecto más filosófico que literario, y más literario que noticioso, que alcanzaron”. (EC, 01/01/1926).
Decía, además, que el periodismo moderno había surgido junto con la revolución francesa (1789), pues fue el primero que informó, en detalle, los sucesos de su tiempo, e hizo el esfuerzo de ser breve en la narración de los acontecimientos. Un periodismo informativo en ciernes. Para “Clovis”, fue el diario napoleónico “El Monitor”el que llevó al público “el eco de todas las humanas actividades”. (EC, 01/01/1926).
“Clovis” era un intelectual afrancesado, con sus referencias decimonónicas (s.XIX) a periódicos y periodistas franceses, como Armand Dutacq, Émile de Girardin y Henri Rochefort; y a los diarios “La Presse”, “Le Siecle”, “Le Figaro” y la revista “La Lanterne”.
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“Clovis” aseguraba que el periodista no debía subestimar ningún estilo de información, pues todos tenían valor en la sociedad y cultura de su tiempo. Por eso hablaba de igual manera de un periodismo político como de un “periodismo de escándalos”. Pero no dejó de tener una preferencia esencial por el “periodismo literario”. Para él, este estaba hecho y pensado para un público exigente, y al mismo tiempo entendió que el “periodismo literario” estaba siempre abierto a otras influencias o tendencias modernas.
“Clovis”, ya sea por experiencia o intuición, percibía que la práctica periodística no era estática, que podía absorber enfoques y discursos diversos. Las “formas nuevas” estaban en el orden del día en esos años 20. Pero, Valera y Orbegoso admiraba el periodismo literario (o artístico) proveniente de Europa (fue un lector voraz y preocupado en tener lo último de la prensa del Viejo continente) y, al contrario, tenía más sospechas con la nueva tradición que se cocinaba en los Estados Unidos de América.
Con un pie en el siglo XIX y otro en el siglo XX, “Clovis” vivió ese debate interno y externo que se dio en el seno del periodismo hispanoamericano entorno a la prevalencia de la nueva prensa norteamericana, práctica, llamativa y centralmente informativa, frente a la tradicional, culta e ideologizada prensa europea. Él quería rescatar lo mejor de cada una de ellas y darle al lector de El Comercio esa riqueza que apreciaba en ambos campos de la producción informativa de su tiempo.
La nota “Periodismo y Literatura”, de 1926, reveló a un periodista lúcido con su profesión. Y es que “Clovis” no solo entendía el periodismo como una profesión, con una función “docente, cultural y civilizadora” sino también como una práctica que debía estar “en armonía con el espíritu y con los medios de su tiempo”. El periodismo para él debía tener al mismo tiempo “la elevación majestuosa de quien sabe que cumple una gran función social y la actividad de quien se da cuenta de que vive en una hora de suprema inquietud”. (EC, 01/01/1926)
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Pero su lucidez también le sirvió para acusar los extremos del “neoperiodismo”, como él lo llamó. Podía aceptar que ese nuevo periodismo de los años 20 dejara la idea de educar y dirigir, y que adoptara solo la idea-madre de informar. Eso era totalmente admisible para el cronista de El Comercio. Lo que no admitía, de buena gana, era la saturación gráfica de los “anuncios”, de las “informaciones industriales”, de los grabados con menos descripción de los hechos; de los telegramas lejanos y, muchas veces, de hechos absurdos, etc.
“Clovis”, junto con un sector del periodismo peruano de esos años, veía con malos ojos las “reputaciones fugaces” que los diarios se empeñaban en ejecutar en sus portadas; también advirtió el exceso de “títulos llamativos” y abogó por no caer en el “imperio de la perifonía”. El diarismo debía luchar contra eso a cada instante.
Luis Valera y Orbegoso lo sabía o lo sentía a diario: las nuevas tendencias, inevitables por cierto, estaban restando al periodismo lo que él llamaba “espiritualidad”; y lo estaban despojando “de sus gracias, de su artístico ropaje”. Estaba claro para “Clovis” que, lo que se vivía ya y lo que seguramente imperaría era el periodismo como una “máquina de noticias, de informaciones, de anuncios, que no sea el espejo ni el reflejo de una cultura, sino el Kaleidoscopio de una vida agitada y convulsa, de una exagerada y desmedulante inquietud”. (EC, 01/01/1926)
“Clovis” tomaba partido. Sin ser una persona retrógrada ni mucho menos, era un hombre de convicciones profundas, de férreas costumbres y fiel a su manera de sentir el periodismo. Su enfoque estaba más centrado en el periodismo literario, el que sentía más cercano en su tarea diaria. Reconocía que había en ella también una lucha de tendencias, y que seguramente se impondría lo nuevo, es decir, el estilo norteamericano, el periodismo informativo, cuya estructura piramidal invertida se iba imponiendo sin duda.
En esa lucha, atinó a preguntarse: ¿Qué sería del periodismo literario en ese contexto? Era esa una preocupación pertinente para cualquier humanista y hombre de cultura de su tiempo. “Clovis” pensaba en cómo defender el periodismo literario de esa vorágine informativa. No acusaba al periodismo informativo de nada grave, solo lo señalaba como el tifón de su tiempo.
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El periodismo de entonces, en la “humilde opinión” de “Clovis” debía ser ecléctico, pero siempre educador; no inclinarse por una forma determinada y ser cauteloso en medio de ese nuevo entorno. Para el cronista de 1926, el periodismo seguía siendo una “forma literaria”, pese al “nuevo movimiento del espíritu periodístico”.
Pero, afirmar que el periodismo era una forma literaria no lo exceptuaba de tener reglas fijas (o firmes). Lo literario era el reino del rigor, eso lo sabía muy bien “Clovis”. Por ello, enfatizó en las reglas que el periodista debía seguir. Porque trasmitir un mensaje, de un espíritu a otro, exigía un revestimiento, un lenguaje determinado. Así, Luis Valera y Orbegoso indicó una serie de requisitos: el primero de ellos fue la claridad.
El periodista alcanzaba ese requisito con un estilo limpio. “Clovis” repetía siempre esta idea: “Para escribir claro hay que escribir bien. Las palabras no deben ser artificiosas, ni rebuscadas ni banales, ni vulgares. Deben estar en el comercio de todas las gentes; las cultas y las que no lo son. Todos debemos comprender al escritor, y este solo puede obtener ese resultado con palabras nobles, precisas y claras”. (EC, 01/01/1926)
Era reiterativo en decir que el periodismo debía llegar a todos las mentes, a todos los lectores, pues era la más democrática de las “conquistas del moderno progreso”. El periodismo es el equilibrio, el fiel de la balanza. No era admisible el lenguaje oscuro de los “ismos” artísticos, pero tampoco el lenguaje vulgar o chabacano de la calle, señaló.
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La persuasión, la sugestión, el magnetismo, la seducción del lector era algo que “Clovis” defendía a mansalva, como lo haría luego todo cronista. El periodista no podía ser elitista y muchos menos su lenguaje, pensaba. Todo ello, eran requisitos básicos para un redactor del diario decano, era la única forma entonces de conseguir lectores y mantenerlos fieles al medio. El SEO de esos tiempos.
Luis Valera y Orbegoso, “Clovis”, cerró su manifiesto periodístico de 1926, en plena dictadura de Augusto B. Leguía (1919-1930), con un visión crítica de su momento, pero a la vez esperanzadora, y si lo vemos bien, con algunos toques “visionarios” inclusive.
“El periodismo que se limita a la información, al grabado, a los grandes títulos llamativos, no es periodismo; es una simple agencia de anuncios, una máquina de réclame. El periodismo que renuncia a su rol director, cultor, encauzador, ha renunciado a su esencia misma, a su razón de ser y a su propio nombre”, decía “Clovis” con total claridad. (EC, 01/01/1926)
Pero de inmediato advertía, como si su instinto periodístico le obligara a decirlo, que el periodismo de sus días (como el actual), “no debe petrificarse, momificarse, alejarse de la marcha universal. Lejos, muy lejos de eso. Es hijo del siglo y debe ser cosa del siglo. No sólo debe seguir la corriente, sino que debe iniciarla y dirigirla”. (EC, 01/01/1926)
En el arrollador mundo informativo que empezaba a vivir “Clovis”, el del moderno periodismo norteamericano, había espacio aún para un periodismo literario de calidad. No había que pensar lo contrario, no había que ceder espacio o perder espacio ante la andanada de avisos, anuncios, grabados e “historietas jocosas”, decía Valera y Orbegoso.
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Porque, como todo buen periodista, “Clovis” sabía que en ese nuevo mundo informativo, había lugar para el periodismo literario, “para la hoja abundosa de informaciones, redactada por escritores preparados, que extraen el jugo de las noticias y las vierten atrayentes, ágiles y completas, desbrozadas de maleza, ricas en sugestiones y ejemplos, adornadas de corto y oportunos comentarios, desdeñando lo inútil y aprovechando siempre todo lo aprovechable, para dejar al periódico, vivo y potente, su gran rol director”.
Ese era el periodismo de hace un siglo en el Perú. El periodismo que se hacía de El Comercio, y que se abría al futuro con esas armas o herramientas seguras que provenían de la mejor tradición del periodismo moderno.
Que sea un buen “Día del Periodista”.
Para ello, Gonzalo y el abuelo se remontan a 1919, año en que una turba instigada por el entonces presidente Augusto B. Leguía atacó e incendió parte del local donde funcionaba la redacción de El Comercio.
En respuesta, don José Antonio Miró Quesada ordenó construir un nuevo edificio en la misma locación, que sea tan imponente como una fortaleza.
Este año, la casa de El Comercio cumple 100 años de inaugurada y lo celebramos rememorando algunos momentos y personajes históricos que pasaron por ahí.