
Él quería ser piloto. En sus sueños infantiles se miraba frente a los controles de un avión, volando sobre la bahía de Puerto Angelito, en Oaxaca, al suroeste de México. Varias décadas después, en ese mismo lugar supo que lo suyo no era surcar el cielo, sino zambullirse en el océano. Heladio Soriano Reyes ahora es un buzo dedicado a la captura de ostiones. Las inmersiones en el mar lo han llevado a descubrir que también le apasiona hacer experimentos. Hoy tiene uno en marcha.
Este buzo-pescador de 36 años está en busca de un camino que le permita cultivar ostiones nativos. En esa misión tiene como aliadas a su compañera, Yeni Cruz, y a la bióloga Mariela Ramos. También lo alientan otros buzos, como su padre, José Soriano, su hermano mayor, Jesús, y los integrantes de la Sociedad Cooperativa de Producción Pesquera Comunal Ribereña Reforma Agraria que han dedicado buena parte de su vida a capturar ostión de roca en las aguas de Puerto Escondido, ciudad turística a orillas del océano Pacífico y en donde se encuentra Puerto Angelito. Ellos han sido testigos de cómo, en esa región, las poblaciones del molusco bivalvo han ido a la baja en los últimos años.
En 2024, por ejemplo, los buzos de la cooperativa miraron cómo los ostiones pequeños no sobrevivían. No supieron cuál fue la causa, pero sospechan que en algo tuvo que ver el aumento en la temperatura promedio del mar. “En septiembre y octubre ya se empieza a ver ostión chiquito. Y el año pasado no hubo. Fue la primera vez que vimos eso”, cuenta José Soriano, uno de los fundadores de la cooperativa.
Los buzos también han visto cómo la pesca ilegal se disparó a partir de la pandemia del COVID-19. Y han presenciado cómo después del paso de un huracán o tormenta los arrecifes se convierten en tumbas de ostiones y otros moluscos. Y es que cada que llueve, los ríos arrastran toneladas de basura de la zona costera y de sedimentos que deja la deforestación que afecta a la zona serrana. Todo eso queda encima de las rocas en donde crecen los ostiones. Todo eso, los mata.
“Hay arrecifes que visité el año pasado, cuando aprendí a bucear, y ahora ya tienen mucha arena, se azolvaron”, narra Heladio Soriano. Al recordar lo que ha visto, no oculta su congoja: “¿Cuánto tiempo nos queda para salvar lo que tenemos? No me quiero quedar con los brazos cruzados, mirando que las cosas simplemente pasen”.
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Vivir del ostión
Heladio Soriano aún no nacía cuando su padre y una veintena de buzos y pescadores de Puerto Escondido, municipio de San Pedro Mixtepec, Oaxaca, se organizaron para salir juntos a capturar ostiones. Era 1977. La playa de Puerto Angelito era un lugar sin casas a su alrededor. José Soriano tenía 17 años y aprendía a explorar el mar: “A mí me enseñó a bucear mi cuñado”, recuerda.
En ese tiempo, los buzos salían al mar en pequeñas pangas. A mediados de la década de los 90, estrenaron su primera lancha de motor. Fue por aquellos años cuando crearon la Sociedad Cooperativa de Producción Pesquera Comunal Ribereña Reforma Agraria, con la que obtuvieron un permiso para pescar ostión a lo largo de dos kilómetros del litoral de Puerto Escondido.
Tener la cooperativa también les permitió montar una pequeña enramada para vender su producto. El trabajo y la organización transformaron la enramada en un restaurante del que hoy dependen 27 familias, asegura Alfonso Robles, uno de los fundadores de la cooperativa.
Alfonso Robles y José Soriano recuerdan que fue en 1997 cuando, por primera vez, detectaron cambios drásticos en el mar. Ese año, el huracán Paulina tocó tierra cerca de Puerto Escondido. Las fuertes lluvias arrastraron tal cantidad de arena que se azolvaron los bancos de ostión. La basura que se generó también mató a muchos moluscos.

Los buzos temieron que al ostión le pasara lo mismo que a la almeja reina: las poblaciones de esa especie comenzaron a disminuir en forma drástica, al grado de que hoy es una rareza encontrarla en esta zona del Pacífico mexicano. Para evitar ese escenario, decidieron actuar: “Primero, acordamos vedar un morro porque vimos que ya no sacábamos la misma cantidad [de ostión] que antes. Lo vedamos por tres años”. Eso fue hace cinco lustros, recuerda José Soriano. La veda funcionó: “Después de ese tiempo regresamos y encontramos ostión grande”.
Desde entonces, los ocho socios que aún se mantienen en la cooperativa y los cinco buzos que trabajan con ellos han afinado su observación. Cada vez que consideran necesario, vedan alguno de los morros o limitan la captura de ostiones. Hoy, por ejemplo, tienen dos morros vedados. Además, al menos cada semestre, hacen “aseo del mar”: sacan toda la basura posible, “son costales y costales”, asegura Alfonso Robles.
La arena y la basura no son lo único que ha mermado los bancos de ostión en Puerto Escondido. La pesca ilegal también ha hecho lo suyo. José Soriano cuenta que desde 2020 “hay mucha pesca libre. Se meten a sacar, incluso, en tiempo de veda”.
Los ostiones no son los únicos afectados. La sobrepesca —tanto legal como ilegal— también está golpeando a otras especies. José Soriano lo sabe de primera mano: hace casi 50 años que se sumerge en el océano y en estos tiempos mira cada vez menos huachinango, pargo, blanquito, corvina… “Las especies se están acabando y no hay algo que ayude a recuperarlas”, dice.

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Conocer a los ostiones
Hasta ahora no hay estudios que puedan dar indicios sobre cuál es la salud de las poblaciones de ostiones en el Pacífico mexicano. De hecho, son contadas las investigaciones sobre las múltiples especies de estos moluscos identificadas en el mundo, por lo que existen varias incógnitas sobre su biología. Aun así, la mayor certeza que se tiene sobre ellos es que son vitales para mantener la salud de los océanos.
Los ostiones son filtradores: seres que actúan como limpiadores de las zonas costeras en donde se les encuentra. Además, fijan los carbonatos y regulan el PH y el fitoplancton que se encarga de liberar oxígeno. También producen millones de gametos que sirven de alimento para las larvas de otros organismos, explica el doctor Juan Manuel Vega, profesor investigador de la Universidad Autónoma de Nayarit y quien ha estudiado a estos moluscos.
En México se han identificado cuatro especies nativas de ostión: el de roca o Striostrea prismatica, el de placer o Crassostrea corteziensis (a los dos se les puede encontrar a lo largo del Pacífico mexicano hasta Centroamérica), el americano o Crassostrea virginica (en el Golfo de México) y el de mangle o Crassostrea rhizophorae.
“Las pesquerías han hecho que cada vez se capturen especies de menor tamaño… Además, los periodos de veda muchas veces no se respetan”, explica el doctor Juan Manuel Pacheco. Y cuando disminuyen las poblaciones de ostión, el efecto dominó se hace presente: también hay una baja en la presencia de estrellas de mar, ya que estos equinodermos se alimentan de ostiones.
Tanto el ostión de roca como el de placer —que se aprovecha sobre todo de Nayarit hacia el norte de México— ya llegaron a su “rendimiento máximo sostenible”, asegura el investigador.

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Bucear a pulmón
Heladio Soriano hizo a un lado su intención de ser piloto cuando se dio cuenta de que no sería fácil entrar a una escuela de aviación. Dejó Puerto Escondido y, por un tiempo, se dedicó a trabajar en la construcción. Fue su hermana quien le recordó que sus raíces estaban en la costa, que él venía de una familia de buceadores que capturan ostión. Por eso, decidió probar suerte en el mar.
A diferencia de sus dos hermanos varones, Heladio Soriano no aprendió a bucear en la adolescencia, lo hizo cuando iba a cumplir 35 años. Fue su hermano Jesús quien le enseñó la misma técnica que aún practica su padre, de 65 años, y los integrantes de la cooperativa: el buceo a pulmón. Ellos no utilizan tanques de oxígeno ni compresores, sólo visor y aletas. Saben que dependen de su capacidad pulmonar, de sus habilidades como nadadores y de su intuición. Hacer este tipo de buceo los coloca ante varios riesgos: que una ola los azote contra las piedras o que sus oídos revienten, por sólo mencionar dos de una larga lista.

Los que sí llegan a utilizar tanques de oxígeno o compresores son los buzos que capturan ostiones sin contar con un permiso del Gobierno, muchos de ellos llegan de otras regiones de Oaxaca, como Salina Cruz e, incluso, de estados como Guerrero.
“Esa pesca ilegal no sólo afecta al ostión. “Usan artes de pesca ilegales y se llevan todo”, dice José Soriano. Tan sólo en 2024, los integrantes de la cooperativa sacaron entre cuatro y cinco restos de redes. “No hay orden. Ninguna autoridad interviene”, dice con pesar Alfonso Robles.
Esas mismas quejas fueron escuchadas por integrantes de la organización no gubernamental Oceana-México durante un taller que dieron a pescadores de Puerto Escondido.
Nancy Gocher Padilla, directora de incidencia de la organización, recuerda que fue en ese taller donde se pusieron los cimientos para que los buzos, así como otras seis cooperativas de pescadores ribereños y artesanales de Oaxaca, Nayarit y Sinaloa, comenzaran a trabajar juntos para exigir al Estado mexicano acciones concretas para detener la pesca ilegal, un problema que no es menor. En México, la propia Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (CONAPESCA) estima que el 40 % de lo que se pesca se realiza sin respetar la ley.
Con el acompañamiento de Oceana-México, las cooperativas se unieron al amparo que busca obligar al Congreso de la Unión a reformar la Ley General de Pesca y Acuacultura Sustentables, para que incluya un apartado dedicado a la recuperación de especies en deterioro y garantice los derechos de los pescadores al ambiente sano y a la alimentación, entre otros. El amparo se encuentra en estudio en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
En su afán por ser escuchados, los pescadores se han reunido con ministras, diputadas y senadoras. Mientras eso sucede, ellos siguen buscando cómo hacer una pesca más sustentable. Con Oceana México, por ejemplo, las cooperativas de Oaxaca exploran la posibilidad de realizar evaluaciones de las pesquerías de las que ellos dependen.
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Resistentes, pero no tanto
Los ostiones tienen varias peculiaridades, una de ellas es su resistencia. Al no poder desplazarse, han desarrollado estrategias para ser inmunes a los efectos de las “mareas rojas”, como se conoce a la concentración masiva de ciertas microalgas que producen toxinas mortales para diversas especies.
En tiempos de cambios climáticos abruptos, el no poder desplazarse puede ser una gran desventaja: cualquier cambio en la temperatura, en la salinidad o en la acidez del agua marina puede hacer que se mueran poblaciones completas de ostiones o dificultar aún más su complicado proceso de reproducción.
El investigador Juan Manuel Pacheco explica que, a pesar de que estos moluscos se caracterizan por lanzar millones de gametos durante un desove, son muy pocos los que logran ser fecundados y desarrollarse en larvas. Cuando lo consiguen, viven durante 20 a 28 días a merced de las corrientes de agua. Después de ese tiempo, presentan una metamorfosis: “Tienen un cambio en su estructura que les permite adherirse al sustrato y comienzan a desarrollar la concha”.

Uno de los grandes retos e incógnitas que la ciencia tiene sobre los ostiones es qué mecanismos intervienen para que pasen de larva a juvenil. Y es que cuando los científicos han intentado replicar el proceso de metamorfosis en un laboratorio, registran mortandades de poco más del 95 % de las larvas. “Por más que cuidamos las variables de oxígeno, PH, concentración de ciertos compuestos, no se ha podido emular todas las condiciones que hay en la naturaleza para tener procesos exitosos”.
Además, cuando los ostiones ya realizaron su metamorfosis son muy selectivos, “no les gusta cualquier sustrato”. “Si no encuentran uno que sea de su agrado, mueren”, apunta el investigador Juan Manuel Pacheco.
Cuando los ostiones por fin logran establecerse en alguna roca, ya no se mueven de ahí. Van creciendo y su concha también aumenta su tamaño.
De las cuatro especies nativas que hay en México, el ostión de roca, el que pescan los buzos de Puerto Escondido, es el más grande: aquellos que logran sobrevivir cinco o seis años pueden desarrollar una concha que alcanza el kilo y medio de peso. En estos tiempos, mirar un ostión de ese tamaño es algo inusual.

Los buzos de Puerto Escondido temen que los ostiones de ese y otros tamaños terminen por ser cosa del pasado en esta zona del Pacífico mexicano. Su temor se incrementó después de que se inauguró la carretera que une la ciudad de Oaxaca con la costa. Esa vía también abrió el camino a los desarrollos inmobiliarios.
En 2023, por ejemplo, los buzos se enteraron de la existencia de un proyecto que busca llenar de construcciones turísticas la zona conocida como Punta Colorada. “Quieren construir muy pegado a la playa. Y todo eso causa problemas en el mar. Es más agua que no es tratada y que se va al mar. Todo eso afecta mucho. Si construyen ahí van a matar a uno de los bancos de ostión que tenemos”, explica Heladio Soriano.
Su hermano Daniel Soriano lanza en forma de preguntas las preocupaciones que tienen los buzos: “¿Después que vamos a hacer? ¿Otro Acapulco?”. Para buscar respuestas y, sobre todo, para que se les tome en cuenta en los planes de desarrollo costero de Oaxaca, los integrantes de las cooperativas de pescadores buscan formar parte de la instalación y funcionamiento del Consejo Estatal de Pesca.
Además, ellos quieren que la zona marítima que está frente a Punta Colorada se declare reserva. Es justo en esa área en donde los buzos tienen en marcha un proyecto para cultivar ostiones.

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El primero proyecto en Oaxaca
Un domingo de principios de marzo de 2025, José Soriano, sus hijos Heladio, Jesús y otros buzos de la cooperativa Comunal Ribereña Reforma Agraria colocaron dentro del mar varias canastas cilíndricas con paredes de malla. Esas estructuras que cuelgan de una “línea madre” forman parte del programa piloto de cultivo de ostión que los buzos realizan desde noviembre de 2024, con la asistencia técnica de la Secretaría de Fomento Agroalimentario y Desarrollo Rural del Estado de Oaxaca (Sefader).
Zoilo Pérez Osorio, tiene 60 años y desde 1989 es socio de la cooperativa comunal. Como sus compañeros, está entusiasmado con la idea de cultivar ostiones. Si logran su objetivo, dice, podrán dar un descanso a los bancos de ostión silvestre. También tiene claro que deben realizar otro trabajo más: “Hacer conciencia con la gente, con otros compañeros de otras cooperativas, para que ya no se sobreexploten los bancos de ostión”.
Para comenzar con este programa piloto, los buzos de la cooperativa primero recibieron una capacitación de personal de la Sefader. La dependencia estatal también les entregó “semilla” (larvas) de ostión japonés para comenzar con el cultivo.

Además de las cuatro especies nativas, en México también hay dos introducidas: el japonés (Crassostrea gigas) y el kumamoto (Crassostrea sikamea). Las dos fueron traídas a México en la década de los 70 por razones comerciales: sus larvas (conocidas también como semillas) son el principal insumo en las granjas dedicadas al cultivo de ostión, sobre todo en Baja California, Sinaloa y Nayarit.
En el caso de Oaxaca, esta es la primera vez que se realiza un programa piloto para cultivo de ostión, explica la bióloga Mariela Ramos, técnica de campo de la Sefader y quien acompaña a los buzos de la cooperativa. Ellos esperan que en cuatro o cinco meses puedan tener los primeros resultados de esta iniciativa.
“La semilla [de ostión japonés] se ha utilizado mucho en regiones del noroeste del país, pero en Oaxaca no se ha evaluado su uso. En Oaxaca, la acuacultura está en pañales y falta mucha investigación”, explica Ramos. El programa piloto que realizan los buzos de la cooperativa permitirá evaluar si el cultivo de ostión es una alternativa para esta región del país.
En México no hay laboratorios o empresas que produzcan semillas de ostiones nativos para la ostricultura. “Las instituciones educativas sí han producido larvas, pero hasta ahí se han quedado estas iniciativas. No se han hecho inversiones para ello. Lo único que hemos hecho es adaptar las tecnologías desarrolladas en otros países”, explica Juan Manuel Pacheco.
El investigador de la Universidad Autónoma de Nayarit asegura que, a diferencia de otros tipos de producción de especies marinas (como la camaronicultura o las granjas de salmones), la ostricultura “es la que menor daño ecológico genera porque no se ingresa alimento procesado al mar”. Aun así, menciona, es vital hacer un seguimiento porque se trata de especies introducidas. “Lo ideal sería hacer cultivo de ostión con especies nativas”.
Y eso es lo que Heladio Soriano intenta hacer.

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El experimento de Heladio
La primera vez que se sumergió para buscar ostiones, Heladio Soriano logró vencer el miedo. Estaba a unos tres metros de profundidad: “Llegué abajo y me quedé sin aire. Sentía que los oídos me iban a reventar”. Volvió a intentarlo una, otra y otra vez hasta que su cuerpo se acostumbró, hasta que sus pulmones respondieron y su vista aprendió a diferenciar a un ostión de una roca. Su hermano le explicó cómo maniobrar la barreta para, en cuestión de segundos, despegar al ostión de la piedra.
Cuando Heladio Soriano dominó más la técnica del buceo, comenzó a tener la necesidad de estar en el océano, de sumergirse para repetir esa sensación de estar como “en el espacio”. Además de ir en busca de ostiones, él disfruta encontrarse con peces de diversos tamaños, con mantarrayas o con tortugas. El mar, incluso, ya le regaló el privilegio de escuchar el canto de las ballenas jorobadas, esas gigantes que pasan frente a las costas de Puerto Escondido durante su viaje migratorio. “Sientes como si te retumbara todo el cuerpo. Tiemblas inconscientemente por el sonar. La primera vez que lo oí, dije: ‘¿Qué es eso?‘”.

Todo eso llevó a Heladio Soriano a preguntarse: “¿Cómo hacer para conservar los bancos de ostión silvestre?” Para encontrar una respuesta, comenzó a realizar un experimento. “Estamos innovando”, dice.
Heladio Soriano revisa con minuciosidad las conchas de los ostiones que vende en Puerto Angelito y guarda aquellas que tienen pequeños bultitos. Sólo una mirada entrenada podría saber que esa pequeña protuberancia es un diminuto ostión. Esas conchas las mete en redes con forma de costales y las sumerge en el mar.
Para que la corriente marina no se lleve los costales, los ata a una larga cuerda anclada a las piedras del risco que enmarca la playa de Puerto Angelito. Cada tres días, Heladio Soriano se sumerge a revisar los costales y a menearlos. Una vez a la semana, los saca a la superficie. Él, su esposa, Yeni Cruz, y la bióloga Mariela Ramos se sientan entre las piedras para revisar cada una de las conchas. Con detenimiento cuentan y miden a los ostiones que han sobrevivido. “Algunos compañeros me decían: ‘No van a crecer’, pero hemos comprobado que sí crecen”.

Heladio Soriano seguirá con su experimento. “Quiero ver qué talla alcanzan esos ostiones”. Su objetivo es conocer si lo que él hace puede ser un camino alternativo para no sacar tanto ostión silvestre y permitir que los bancos del molusco se recuperen.
Así como hace 15 años, su padre José Soriano y los integrantes de más edad de la cooperativa decidieron no sacar ostiones por un tiempo de ciertos morros, ahora Heladio Soriano busca poner su granito de arena en la búsqueda de una pesca responsable.
Una pesca que permita darle futuro al ostión de roca, pero también a los pescadores que han hecho del buceo de pulmón su forma de vida.
*Imagen Principal: Heladio Soriano coloca los ostiones que captura en la red adherida a una cámara de llanta. Foto: Julien Guichard
El artículo original fue publicado por Thelma Gómez Durán en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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