En el Callao, la inseguridad ya no se limita a las calles principales: ha llegado hasta las puertas —y, en muchos casos, los alrededores— de los colegios. Según la Encuesta Nacional de Victimización 2024 del INEI, el 27,7% de la población urbana mayor de 15 años declaró haber sido víctima de algún delito, y la provincia constitucional figura entre las zonas con mayor incidencia de robos y asaltos del país. El Ministerio del Interior confirmó que, solo en el primer semestre de 2025, los casos de extorsión y homicidio aumentaron en más de 50% respecto al año anterior, con el Callao como una de las regiones más golpeadas.
Los riesgos no terminan en las estadísticas: la Defensoría del Pueblo ha identificado 28 colegios chalacos en condición de “alto riesgo” por su vulnerabilidad estructural y la inseguridad en sus entornos inmediatos, lo que incrementa la exposición de los estudiantes a delitos como robos, acoso e incluso intentos de secuestro en sus rutas escolares. A diario, padres y docentes confirman esa sensación en carne propia.
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“Hemos recibido denuncias por robos a escolares en la salida y zonas cercanas a colegios”, reconoció el comisario Jhon Paul Meza Orihuela, de la Comisaría Bocanegra, quien además señaló que los casos tienden a concentrarse en avenidas con escasa vigilancia.
La evidencia coincide con lo que narran las familias: los estudiantes ya no solo cargan mochilas, sino también una alerta constante. Aun así, en medio de ese panorama, una institución del primer puerto ha logrado convertir la prevención en una práctica diaria y la seguridad en una forma de educar. El Colegio Niño Jesús de Praga demuestra que, con organización, participación y una cultura de cuidado, la escuela puede ser el lugar donde el miedo no entra.

Una encuesta aplicada a 350 estudiantes de diferentes grados evidenció que el 95% de ellos manifiesta sentirse seguro dentro de la institución educativa. Desde un enfoque cualitativo, se identificaron tres motivos principales que sustentan esta percepción positiva.
El primero de ellos corresponde a la implementación de un sistema integral de videovigilancia. A diferencia de la mayoría de instituciones educativas del país, donde las cámaras de seguridad se instalan únicamente en zonas comunes y suelen ser escasas, esta institución adoptó una estrategia innovadora al incorporar cámaras no solo en las zonas comunes, sino también dentro de las aulas, pasillos, escaleras y otros puntos internos estratégicos.
Esta amplia cobertura permite una respuesta oportuna ante eventuales situaciones de riesgo, tales como ingresos no autorizados, desapariciones o incidentes ocurridos tanto dentro como fuera del aula.
“Vivimos con miedo cada vez que nuestros hijos salen al colegio. Aquí, las cámaras no son para vigilar, sino para cuidar. Nos dan tranquilidad y demuestran que el colegio realmente se preocupa por ellos”, comenta Iveth Ramirez, madre de familia.
Además, cuenta con una organización interna destacable y bien estructurada en torno a la seguridad. Su cultura institucional ha contribuido a reducir incidentes y a fortalecer la confianza entre los miembros de la comunidad escolar.
Con la asesoría de especialistas y el acompañamiento de las familias, se ha construido un sistema de seguridad participativa, donde todos cumplen un rol.Esa idea se alinea con el concepto de “escuelas resilientes” propuesto por la UNESCO (2017): instituciones capaces de anticipar y responder a los riesgos mediante la educación y la organización colectiva.
“Todos sabemos qué hacer si ocurre algo: a quién avisar, dónde reunirnos, cómo actuar”, explica el docente Henry Mendivel.
Esa claridad de procedimientos, reforzada mediante actividades y capacitación continua, ha convertido al colegio en un entorno donde el control no se percibe como vigilancia, sino como una cultura de cuidado compartido.
El tercer motivo contempla cómo en su malla curricular han incorporado contenidos sobre seguridad ciudadana, convivencia, actualidad nacional y autocuidado.Los estudiantes aprenden cómo actuar en la calle, cómo identificar situaciones de riesgo y cómo mantener una comunicación responsable con sus familias.
“Nos enseñan a tener cuidado cuando salimos, a no hablar con desconocidos, a avisar siempre dónde estamos”, cuenta Maryori Apoinario, una alumna de secundaria. “También hablamos sobre lo que pasa en el país y cómo podemos cuidarnos”.

Cada incidente, por menor que parezca, se registra, se comunica y se atiende con cuidado. Las familias valoran esa actitud: saben que, si algo ocurre, el colegio no esperará horas para reaccionar. Esa confianza mutua ha convertido al NJP en un referente en su distrito.
Su ejemplo demuestra que una institución educativa puede ser también un espacio de protección, aprendizaje ciudadano y comunidad.
En este colegio chalaco, cuidar es enseñar. Y esa puede ser, en el Perú de hoy, la forma más valiente de educar.

Autores
Nota realizada por los corresponsales escolares del colegio Niño Jesús de Praga: Nikolae Enrique Zevallos Poehlmann, Thiago Gabriel Olaya Cornejo, Mauricio Noel Pino Ramírez, Stephano Félix Guzmán Medrano y Juan Diego Olascuaga Santisteban; con la asesoría de la profesora Vanessa Donna Roncal Berrocal y la mentoría de la periodista Sonia del Águila Torrejón del diario El Comercio.














