El alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, es, probablemente, el potencial candidato presidencial con mayor exposición pública. Su presencia y actividades son casi diarias y difunde su mensaje y narrativa política cada vez que puede.
Con 33% de aprobación en la capital (El Comercio-Datum – diciembre del 2024), es, además, seguramente la autoridad electa con mayor respaldo en todo el país. En un contexto en el que la titular del Poder Ejecutivo tiene apenas 3% de aprobación, lo del líder de Renovación Popular no debe ser subestimado. Es cierto que una cosa es la aprobación en Lima y otra la intención de voto presidencial nacional. Sin embargo, en un escenario de desafección y desprecio a los políticos, tener el respaldo de casi un tercio del electorado limeño es, en mi opinión, significativo.
Pese a que vivimos en una crisis política constante y estamos sumergidos en el lodo desde hace ya un buen tiempo, en general, no aparecen aún personajes que logren captar la atención de la ciudadanía ofreciendo un cambio o algo de esperanza futura. Por algo “nadie” fue el personaje positivo del 2024, según la encuesta de El Comercio-Datum con 48%.
Salvo López Aliaga, en el mundo preelectoral está pasando lo de siempre: ningún potencial candidato quiere quemarse antes de tiempo. Saben que las balas, es decir, las críticas y escarnio a la vida pública y privada vienen con fuerza sobre aquellos que asomen mucho la cabeza o lideren las encuestas. A eso se suma el desgaste en la imagen que puede terminar saturando al electorado.
En el caso del burgomaestre, estamos hablando de un excandidato presidencial y una autoridad en funciones a quien los golpes parecen importarle poco. Le ha crecido ‘cuero de chancho’, dirían las abuelas. No es que no cometa errores o su narrativa y acciones no puedan ser cuestionables, lo que destaco es que a él eso parece no importarle. Además, tiene una narrativa polarizadora que lo ‘ayuda’ a destacarse más de sus (¿silenciosos?) competidores.
Me pregunto si mantenerse callado es una buena idea en esta ocasión. La elección del 2026 no es una elección normal, es por lo menos una ‘edición especial’ (para mal). Si lo máximo que hemos tenido antes es 18 candidatos presidenciales y está vez podemos tener más de 40, entonces lo que vaya a ocurrir es todavía un albur. A esto hay que sumarle que tendremos más de siete mil candidatos a las cámaras del Legislativo.
La pelea por cada voto será encarnizada. Cualquier nicho o espacio (políticas de seguridad ciudadana, beneficios para los maestros, Fuerzas Armadas, cierta región o población vulnerable y un enorme etcétera) cuenta. Medio punto porcentual puede ser la diferencia entre la vida y la muerte (pasar a segunda vuelta o no).
Ser conocido no garantiza nada. A Pedro Castillo no lo conocía casi nadie y logró llegar a Palacio. El punto es que en estos comicios tan especiales, no puede darse ninguna estrategia como segura. Quedarse callado puede ser una buena idea, pero si al costado un contendor empieza a destacarse, quizá no lo sea tanto.