Mira: María Corina en compás de espera, una crónica de Fernando Vivas sobre la lideresa opositora venezolana
Medio siglo después estamos tan globalizados que es imposible no alinearse. Y hay un nuevo polo: Washington mantiene su lugar pero Moscú fue desplazado por Beijing. Si hacemos el reemplazo y cambiamos la conjunción negativa por una preposición positiva, la fórmula que recomendarían los descendientes del debate de los 60 a nuestra cancillería es esta: ‘con Washington y con Beijing’. La cancillería ha llegado a la misma conclusión por su propia lógica.
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‘Las relaciones con Estados Unidos y con China tienen distinta naturaleza y pueden coexistir perfectamente. Somos parte de un mismo bloque occidental con Estados Unidos (…) China es nuestro primer socio comercial’
Abrazar a la vez a China y EE.UU. es la actitud que prima desde el segundo gobierno de Alan García, principal promotor de la asociación con China. Durante su gestión, en 2009, se firmó el TLC con China. Un año antes, en la 16 Cumbre de APEC, en Lima, vino el predecesor de Xi Jinping, Hu Jintao, y García lo paseó en auto descapotable alrededor de la Plaza Mayor. Con matices, hitos y algunos ajustes, esta actitud continuó en la Cumbre de APEC de noviembre del 2024 cuando fuimos anfitriones de un encuentro bilateral entre los líderes de China y EE.UU., entonces Xi Jinping y Joe Biden. La misma actitud dominó las declaraciones del ex canciller Elmer Schialer compartidas por su entonces asesor y hoy canciller Hugo De Zela. Ahora veamos, con el influjo de Trump sobre la región, ¿esto ha cambiado?
‘No ha cambiado’ me dice una fuente muy cercana a De Zela, cuando se lo pregunto. ‘Las relaciones con Estados Unidos y con China tienen distinta naturaleza y pueden coexistir perfectamente. Somos parte de un mismo bloque occidental con Estados Unidos, tenemos valores compartidos y una comunión de intereses en seguridad y defensa. China es nuestro primer socio comercial y eso lo tenemos muy claro, y seguimos trabajando para que crezca la inversión china y nos compren más productos’, me resume la fuente diplomática. Coincido con ella en un facto: la abrumadora presencia de Trump en titulares fortalece la percepción de que el barco se inclina hacia Washington.
EE.UU. es un socio importante pero nuestra balanza comercial es deficitaria (le compramos alrededor de $15,000 millones, y le vendemos alrededor de $12,000 millones). Esa balanza de alrededor de $27,000 millones, es bastante menor que la que tenemos con China: aproximadamente $45,000 millones con un superávit a nuestro favor de más de $13,000 millones. ¿Qué, quién y porqué podría arriesgar esa ventaja?
Matrimonio sin papeles
A pesar de las elocuentes cifras y argumentos que he recogido en la propia cancillería sobre la voluntad de mantener esta suerte de ‘equilibrio complementario de cuerdas separadas’ (algo así como ‘tú eres mi socio comercial top’ a una y ‘tú eres el líder de mi bloque’ al otro); las últimas noticias diplomáticas también nos ligan a EE.UU. Hay una en especial: Trump ha enviado a su congreso una carta que nos propone como aliados ante la OTAN aunque no miembros de ella (Mayor Non-NATO Ally o MNNA en sus siglas en inglés). En primer lugar, no seríamos los únicos. Ya hay 19 aliados, de los que 3 están en América Latina: Argentina, Brasil y Colombia. ‘No se firma ningún papel’ me dice mi fuente. Una vez que el Congreso se lo acepte, Trump proclamará al Perú ante la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y simplemente nos daremos por notificados.

La ventaja de ser MNNA es que se abren beneficios para el Perú en materia de cooperación en temas de seguridad y defensa, compra de armamentos y lucha contra las mafias. Algunas de las líneas de cooperación canceladas con la desactivación de la USAID podrían reabrirse por esta vía. La página de la secretaría de estado dice: “el status de MNNA provee privilegios militares y económicos, no implica compromisos de seguridad para el país designado”. Queda claro, eso sí, en el mismo documento, que el MNNA queda de elegible para tratados más comprometedores. Pregunté cómo así se dio la invitación y de quién partió. Me contaron que surgió de una pregunta que hizo Schialer cuando viajó a fines del 2024 a trabar contacto con la administración Trump recién electa. Quiso saber en qué consistía ser MNNA y la respuesta fue una negociación que se ha concretado en el encuentro del pasado 5 de diciembre entre el canciller De Zela y el secretario de estado (canciller), Marco Rubio.
¿Esta alianza podría venir más adelante acompañada de alguna exigencia que comprometa nuestras relaciones con China?, pregunto. ‘No lo creo’ dice mi fuente y me contó detalles de la reunión entre De Zela con Rubio. La conversación fue en el fluido español neutro de Rubio y De Zela le explicó que el Perú tiene una estupenda relación comercial con China que no queremos comprometer. Rubio no puso objeciones y reafirmó su interés en recuperar la relación menguada con el Perú y la región. Ofreció venir a Lima sin poner fecha.
“Nuestra élite política, cultural y diplomática está mucho más inclinada a Occidente que a Oriente. Por el contrario, el empresariado ve la dualidad con pragmatismo”.
Volvamos a la cita de Washington. De Zela, según mi fuente, fue explícito al comentarle a Rubio del estrés migratorio respecto de los flujos venezolanos que padecemos el Perú y nuestros vecinos. Pregunté si esa información pudo reforzar en el secretario de estado la idea de que una posible intervención militar en Venezuela sería tolerada en la región; pero me respondieron que Rubio fue muy discreto al respecto, apenas dijo una generalidad. En realidad, allí está puesto el foco de atención; olvidándonos de nuestros vínculos con China y el resto del mundo.
No hay por lo pronto, algún evento, hito, visita, efemérides que regrese a China a la importancia noticiosa que tuvo en el 2024 con el hito de la inauguración de Chancay en ceremonia palaciega con Xi Jin Ping. Recién en noviembre tendremos la ocasión de reforzar lazos, durante la 33 Cumbre de APEC que se realizará en Shenzen, China. Le tocará al próximo presidente(a) y canciller viajar a esa cumbre y, si hay ocasión, pedir un encuentro bilateral.
Chancay sigue siendo el símbolo principal de la inversión china en Perú y de nuestra inserción en la ruta marítima de la seda. Ya pasó el boom noticioso de su bautizo; pero se habla del shock de inversiones que China haría en la zona: instalar una fábrica ensambladora de vehículos eléctricos, avanzar en el proyecto del Parque Industrial de Ancón, invertir en infraestructura vial, entre otros ítems. Sucede que hablar de inversiones chinas es caer en un género especulativo que fatiga la imaginación y la paciencia. Por ejemplo, a raíz de una reunión bilateral del presidente Lula y Xi Jinping en Brasil, luego de una cumbre del G20 en noviembre del 2024 (justo después de APEC); la prensa habló de la construcción de un ferrocarril bioceánico que atravesaría el Perú. Ello, según mis fuentes diplomáticas, hasta ahora no ha sido comunicado por autoridades brasileras o chinas al Perú; pues se trata de uno más de los fantásticos megaproyectos con inversión china que jalonan la región y que, actualmente, no cuentan ni con estudios de factibilidad.
A pesar de todo, con el año que lleva activo Chancay, la ruta marítima se ha hecho más rápida y ha despertado el interés de los vecinos de usar nuestro puerto. El Perú quiere ver a Chancay como un enclave comercial y el Congreso ya aprobó el proyecto de ZEEP (Zona Económica Especial Privada) que promoverá la inversión, con grandes incentivos tributarios, en Chancay y otras áreas. Pero, expertos estadounidenses como el investigador militar Evan Ellis, siguen viendo submarinos amarillos en sus aguas de gran calado. Este dijo, en RPP, que Chancay es una amenaza para la seguridad de Occidente. Esas opiniones sí son tenidas en cuenta por la secretaría de estado; y podrían plantear dilemas al Perú si se llegara a una tensión China-EE.UU.
El equilibrio tiene otro límite. Diría que ideológico, pero, más que ello, cultural, e involucra una dimensión emocional difícil de medir. Perú tiene relaciones íntimas con EE.UU. Es nuestra metrópoli tutelar en materia de industrias culturales. Varias generaciones nos hemos formado con Hollywood, la TV gringa, Marvel, el rock y un universo de referencias que dejan muy atrás a lo poco que sabemos de China. Gracias al turismo, el dominio del inglés se ha extendido notablemente en las últimas décadas mientras ‘suena a chino’ es sinónimo de lo que no se entiende. No solo la migración a EE.UU. deja huellas y lazos con la gran potencia en cientos de miles de familias peruanas; sino que nuestra élite política, cultural y diplomática está mucho más inclinada a Occidente que a Oriente. Por el contrario, el empresariado ve la dualidad con un pragmatismo –‘business is business’- que es replicado por muchos políticos y autoridades. Solo uno de nuestros muchos candidatos, Carlos Espá, ha lanzado un mensaje en sus redes pidiendo no estrechar lazos con China. Al resto de la derecha le tiene sin cuidado la tipificación de su socialismo de partido único o capitalismo de estado, o como se le quiera etiquetar.
Alan García no estaría de acuerdo con lo que me dijo mi fuente diplomática. Para él, China estaba llamada a ser más que un primer socio comercial; debía convertirse en una metrópoli tutelar e inspiración para el desarrollo nacional volcado a la cuenca Asia-Pacífico. Uno de los datos que solía destacar es que el Perú tiene la más grande población de descendientes chinos en América Latina (más de 1 millón). La prédica pro China de García lo llevó a escribir el libro “Confucio y la globalización” (2010). Sin embargo, 15 años después, insertos en la ruta de la seda como estamos, los límites y atracciones culturales entre las potencias saltan a la vista.
Por supuesto, la cancillería sigue dando cuidados especiales a la relación con Beijing. Recientemente se ha designado al embajador Carlos Vásquez, que fue el coordinador estrella de la cumbre APEC del 2024 (en Washington mantenemos como embajador político desde el gobierno pesado, al ex ministro de Comercio, Alfredo Ferrero). Parte de los cuidados que demanda Beijing es que respetemos su principio de ‘una sola China’ y no reconozcamos como estado soberano a Taiwán. Por eso solo tenemos con Taipei una ‘oficina comercial’ sin embajadores. Es tan férrea esa demanda china que hasta se la respeta Washington, quien tampoco tiene relación. APEC se llama foro de ‘economías’ y no de ‘países’, para evitar calificar como tal a Taiwán. Anotemos, como dato curioso, que Patricia Li, la presidenta de Somos Perú y madre política de José Jerí, es destacada promotora de las relaciones con Taipei. Fue oradora principal en el cóctel por el último aniversario taiwanés en Lima. Quizá sea algo anecdótico, pero podría ser uno de los varios factores que incidan en las instrucciones de Jerí a la cancillería respecto a nuestro equilibrio en la balanza mundial.














