El trabajo diario de los profesionales de la salud obliga a interrelacionarse con todo tipo de personas, lo que lleva implícito un alto contenido emocional.
Se estima que entre un 1 y un 3% de los usuarios que se atienden diariamente en las consultas son catalogados como pacientes difíciles por los diversos profesionales de la salud. Es importante entender que dicha dificultad no puede achacarse exclusivamente al paciente, sino que también contribuyen características individuales de cada profesional.
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La puesta en común de ambas entidades configura, por lo tanto, la relación médico-paciente: es decir, una relación dinámica entre ambos agentes enmarcados dentro de un contexto clínico cuyo objetivo final es la resolución de problemas de salud.
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La relación entre el personal de salud y el paciente es una interacción humana que no es ajena a las emociones de ambas partes. Este proceso es fundamental para diagnosticar, comunicar y resolver la situación que derivó la atención en salud, por eso se requiere tener un control y manejo adecuados, con especial cuidado en los denominados “pacientes difíciles”.

¿Qué entendemos por pacientes difíciles?
El paciente difícil se refiere a aquellos cuya interacción con el personal de salud presenta desafíos significativos. Estos pueden derivar de factores como la comunicación, el comportamiento, las enfermedades subyacentes, las diferencias culturales o las expectativas.
Una interacción difícil puede surgir por múltiples razones. A veces, los pacientes pueden tener expectativas poco realistas sobre los resultados del tratamiento o demandar intervenciones que no son médicamente apropiadas. En otros casos, las dificultades surgen de barreras de comunicación —ya sea por diferencias lingüísticas, culturales o debido a trastornos cognitivos o sensoriales—. Además, condiciones psiquiátricas, como trastornos de la personalidad, depresión o ansiedad, también pueden influir en la dinámica de la relación médico-paciente.
Cómo abordar a los pacientes difíciles
- Comprender el punto de vista del otro. Es necesario manejar habilidades sociales para comprender al paciente y facilitar la relación. La empatía, el saber negociar, tener objetivos claros, la flexibilidad y el verdadero interés por el otro dan buenos resultados.
- Entender que las visitas generan estrés. Las consultas casi siempre producen temor, ansiedad o preocupación. Los pacientes exigen una relación cálida con su médico. ¿Cómo lograrlo? A través de la escucha activa de sus dudas, comprensión de su estado de ánimo y apoyo con información clara sobre su condición clínica, tratamiento e implicaciones en la vida cotidiana.
- Indagar más profundo. Intenta conocer las razones detrás de la actitud del paciente. Haz preguntas personales sin invadir su privacidad o consulta con alguien cercano que pueda ayudarte a comprender mejor la situación.
- Demuestra que sabes escuchar. Aunque el paciente esté equivocado, la impaciencia solo refuerza su sensación de no ser escuchado. Déjalo expresarse, escucha con paciencia y valida lo que dice antes de responder.
- Hablar más lento y suave. Si el paciente levanta la voz, no respondas de la misma manera. Bajar el tono y la velocidad puede tener un efecto calmante inmenso. Inspira tranquilidad y genera un ambiente más seguro.
- Si todo falla. Ante todo, mantén un trato respetuoso, digno, amable y bien intencionado. Si después de aplicar estas estrategias no logras resultados positivos, lo mejor es ser sincero y transferir la atención a otro colega.
Cuidar también al profesional
Visitar a un profesional de la salud mental es importante para evitar el síndrome de burnout, un conjunto de respuestas emocionales negativas que incluyen agotamiento, actitudes desfavorables hacia los pacientes y una autoevaluación negativa, lo que genera insatisfacción laboral y malestar emocional.




