Viernes, Noviembre 15

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Es una tarde de domingo, diez días antes de jugarse un nuevo clásico sudamericano entre Perú y Chile. Verónica Balbuena lo dice con nostalgia, con respeto, y con ese acento chileno que va a toda velocidad, único en Sudamérica y se salta las eses. Su memoria es asombrosa: recuerda, por ejemplo, que su padre le hablaba de la calle Tarata. en Twitter es profesora de Educación Física, tocopillana y conserva hoy dos inmensas herencias del Cholo, el chileno-peruano, el peruano-chileno: los ojos negros inconfundibles y el afecto incondicional por la camiseta azul de la Universidad de Chile.

“Hasta el último suspiro —recuerda Verónica— mi padre recordó con amor infinito a su Perú”. Esta es la historia de José Balbuena Rodríguez, puntero izquierdo nacido en Barranco, frente al mar de la Costa Verde, que a finales de 1946 se nacionalizó chileno por voluntad propia y se convirtió en el único peruano que jugó por aquella selección un torneo oficial. Como no podía ser de otra forma, infancia en el Puente de los Suspiros y adolescencia en Miraflores, allá fue el inmenso Cholo.

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¿Quién era José Balbuena y cómo llegó a Chile? Con el bigote tipo Chaplin y una fama de puntero veloz, inalcanzable, Balbuena Rodríguez aprendió al jugar al fútbol en los equipos barriales Lusitania y América, hasta que pegó el salto al equipo donde jugaba uno de sus ídolos, Teodoro Lolo Fernández. Era también un Lolista. En la ‘U’ alternó entre 1936 y 1937, hasta que se mudó al Deportivo Municipal, donde fue titular en ese 2-3-5 que escribió el primer capítulo glorioso de La Franja: junto con Luis ‘Caricho’ Guzmán, Óscar Espinar, Víctor ‘Pichín’ Bielich y Leopoldo Quiñónez, formó la delantera del primer campeonato conseguido por los ediles. Hizo 3 goles y jugó 6 partidos. Con ellos, no se podía jugar mal.

Eduardo Hormazábal es periodista, Lolista y lleva a Coyhaique, Valdivia y Santiago de Chile en la sangre. Es, además un buscador de tesoros. Hace un año encontró una fotografía perdida en el Museo de la Memoria chilena donde se veía, en un descanso del Sudamericano de Ecuador en 1947, a Lolo Fernández, el ídolo de Universitario, rodeado de futbolistas de la selección mapochina. Rodeado, porque los seis no lo podían abrazar a la vez. No se puede preguntarles nada ahora, solo describir lo que la imagen proyecta. Los seis jugadores chilenos miran a Cañonero con la atención de quien acaba de ver la aparición de la virgen. Es una suerte de estado hipnótico, que correspondía al afecto de ese país sobre el Cañonero por el inolvidable Combinado del Pacífico. Sergio Livingstone (1920-2012), histórico arquero de La Roja, ni siquiera se cambia la toalla de baño a cambio de no perderse la visita. Pero hay uno de ellos más conmovido aún, frente a él.

No sabíamos hasta hoy que uno de ellos, el que mira con auténtica devoción al ídolo de Universitario, era el peruano-chileno Balbuena, con la camiseta de la Estrella Solitaria, su pelo con gomina y sus bigotitos pasados por el fígaro.

“Como jugador —dice Hormazábal— se le recuerda como un hombre entregado a su camiseta (que haya jugado 11 temporadas consecutivas en Universidad de Chile lo ilustra), muy regular (el año en que arribó jugó 14 partidos y terminó 13 goles) y con carácter (el único partido que no terminó fue contra Colo Colo, donde se fue expulsado junto a Alfonso Domínguez). Y, obviamente, se le agradece el haber hecho de Chile su hogar y que haya querido jugar por la selección”.

Los reportes del enviado especial de la célebre revista chilena Estadio a Ecuador 1947, Antonino Vera, consignan que dos días después de ese encuentro en el vestuario, Lolo y los seis futbolistas chilenos, Balbuena jugó el único partido con la camiseta del clásico rival. Fue triunfo 3-0 ante la selección local. Asistieron 22 mil personas al George Capwell de Guayaquil. Era el 11 de diciembre de 1947. Cayó jueves. Esa camisa, muy probablemente de la firma inglesa St. Margaret, cuello con solapas, estrella en el pecho, ya no existe.

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ESTA ES LA FOTO:

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Eran otros tiempos. El fútbol era amateur, los viajes de varios días en vapor y los reportes de los diarios la más fiable prueba para tiempos futuros, cuando haya que mirar la historia. En noviembre de 1946, la revista Estadio de Chile le dedicó una página al Cholo Balbuena, cuando se hizo oficial su proceso de nacionalización. “Su nacionalización —recuerda Verónica, la hija— fue de negación para uno de sus hermanos aunque los demás estuvieron de acuerdo, igual que sus padres. Mi papá siempre fue peruano y chileno. Le decían Cholo por lo primero, pero siempre con auténtico respeto. por ser un caballero”. Las autoridades chilenas aceleraron el proceso pues se le requería con urgencia: el Sudamericano de 1947 estaba cerca y el técnico de La Roja, míster Tirado, lo había convocado.

La revista Estadio, que no regalaba elogios, escribió esto: “Balbuena, ambientado en nuestras costumbres, labora en nuestro país y desea formar su hogar bajo este cielo que le fue grato. El aficionado al deporte, sentimental y querendón con sus ídolos preferidos, está satisfecho de Balbuena. La hinchada de su club, Universidad de Chile, una de las más numerosas del deporte nuestro, ha de sentir mejor aún el halago del gesto de Balbuena”. Era un gesto nacido en el periodismo luego de sus primeros años en ese país, a donde llegó en 1939 y solo una temporada ganó el primer título de la historia del también conocido, con belleza, como Romántico Viajero. En total, con los azules disputó 168 partidos y anotó 47 goles. Ya era uno más de ellos.

O como él mismo dijo en una siguiente edición de la misma revista: “En Chile he vivido mis mejores años de futbolista”.

Se lo digo a Verónica, su hija, y asiente. Este jueves 7 desde las 8 p.m. en el Estadio Nacional, ella en Tocopilla, yo en Lima, sintonizaremos el mismo partido, diremos las mismas cosas, celebraremos el gol que nos haga felices. Y recordaremos a Don José, el Cholo Balbuena, un puente largo que más de los nuestros deberían pisar. Ya el continente se odia demasiado como para sumarle más.

Y Verónica responde que un día de estos, como era costumbre hasta el día en que falleció su padre, en 2009, las tres hijas lo recordarán cantándole a Lucha Reyes y a Chabuca.

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