Incluso en estos días de música generada por inteligencia artificial, de desproporcionada exposición mediática y de calculada monetización de la intimidad de las celebridades, días en que músicos y cantantes parecen copiar un mismo estilo, una misma forma de vida y hasta un mismo modo de pensar, podemos escuchar a artistas que nos recuerdan lo que significa rebelarse contra las reglas impuestas por la industria de la música. Aun si su lucha resulta efímera o insuficiente.
El caso de Neil Young y Joni Mitchell resulta ejemplar. En 2022, ambos cantautores retiraron su música de Spotify en protesta contra el espacio que esta plataforma le daba al programa de Joe Rogan, un polémico podcast donde se difundía contenido anti-vacunas. El boicot llegó a su fin la semana pasada, cuando Young y Mitchell volvieron al gigante del streaming para, en resumen, no seguir privando de su música a sus seguidores.
Aunque la protesta resultó ser un fracaso –Rogan mantuvo su programa y Young y Mitchell perdieron exposición y dinero mientras su música estuvo fuera de Spotify– su acto de rebeldía nos recordó una época en que los artistas de pop podían enfrentarse con la industria y ganar la contienda. En la década del setenta, cuando Young y Mitchell pasaban por su mejor momento y vendían decenas de miles de discos, las grandes disqueras no tenían más alternativa que hacer lo que estos artistas pedían. Esta lógica fue la misma que los llevó a presionar a Spotify para eliminar el programa de Rogan bajo la amenaza de sacar su música de la plataforma.
A pesar de su derrota, la protesta de Young y Mitchell revivió la actitud desafiante que alimentó la creación de sus mejores discos. A comienzos de los setenta, ambos habían lanzado sus álbumes más exitosos –Harvest en el caso de Young, Blue en el de Mitchell– y su sello discográfico exigía que continuaran con el mismo sonido folk que los caracterizaba. Demostrando un saludable desdén por las reglas impuestas por el mercado, los dos cantautores optaron por cambiar completamente su estilo. Golpeado por la muerte de uno de sus mejores amigos, Young reunió una avezada banda de rock y en una alcoholizada sesión de madrugada grabó Tonight’s the Night, un disco de sonidos crudos y viscerales donde exorcizó su pérdida sin filtro alguno. Mitchell, por su parte, se alió con un puñado de virtuosos del jazz fusión –Jaco Pastorius, Larry Carlton, entre otros– para grabar Hejira, un álbum de sonidos etéreos en el que recreó un solitario viaje por las autopistas de los Estados Unidos con el lenguaje de la música experimental.
Considerados obras maestras tanto por sus seguidores como por la crítica especializada, Tonight’s the Night y Hejira han sobrevivido al paso del tiempo, justificando la decisión de Young y Mitchell de ignorar los mandatos del mercado y seguir su propia visión artística. Por si fuera poco, cincuenta años después de su lanzamiento, los dos álbumes han probado su resistencia a varios cambios de formato: del vinilo al casete, del casete al disco compacto, del disco compacto a las descargas digitales y de las descargas digitales a las plataformas de streaming.
De vuelta a nuestra época. Aunque el boicot de Young y Mitchell contra Spotify no logró su cometido, en el futuro, cuando esta plataforma de streaming haya desaparecido para dar paso a otro formato de reproducción de audio –algo que inevitablemente sucederá– sus dos álbumes rebeldes seguirán siendo descubiertos, escuchados y admirados por cientos de miles de personas, llevando su música a los oyentes de un mundo todavía por venir. ¿Quién podría llamar a esto un fracaso?