Por: Simón Zapata (Colombia), Oscar Bermeo Ocaña (Perú), Natalie Gilbert (Chile) y Clara Ferrer Puccio (Argentina)
Editor general: Iván Carrillo
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Cada 1 de agosto, el padre de Marcelina Zalazar subía al cerro más alto en Santa Rosa de Tastil (Salta, Argentina), para observar las piedras. Si al voltearlas estaban húmedas, la Pachamama le estaba anunciando un buen año para la producción agrícola.
Unos 1.500 km hacia el norte, en el altiplano peruano, las comunidades campesinas siguen mirando el cielo como un gran observatorio. Si la celebración del Inti Raymi (24 de junio) amanece cubierta de nubes y caen gotas, habrá que prepararse para una temporada seca.
Prácticas ancestrales como estas se repiten a lo largo del Camino Inca o Qhapaq Ñan, una ruta vinculada a 319 comunidades rurales. En estas poblaciones andinas —distribuidas en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina— el conocimiento heredado les permitió recalcular las cosechas, cambiar cultivos y programar faenas.
Hoy ese saber está amenazado. La Cordillera de los Andes está cambiando. En los últimos años, la ciencia ha remarcado su vulnerabilidad ante la crisis climática. Las marcas aparecen tanto en la rutina agrícola como en los senderos ancestrales y símbolos patrimoniales.
Desafiando la geografía, a lo largo de Sudamérica se tejió una red de caminos para vincular pueblos y trasladar mensajes. Este Sistema Vial alcanzó su máxima expresión en el siglo XV con el Imperio Inca. Desde Colombia hasta Chile y Argentina, treinta mil kilómetros de senderos dieron la posibilidad de transitabilidad.
Cinco siglos después, los vestigios del Camino Inca aún se reconocen. En 2014, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, aunque la categoría se otorgó solo a 616 kilómetros seleccionados.
La geografía, la accesibilidad, el financiamiento y cierta burocracia complican su gestión. Para esta investigación se solicitó una entrevista con algún vocero de UNESCO, pero hasta el cierre de edición no hubo respuesta.
Mientras se discute cómo preservar el Camino Inca, los desórdenes climáticos golpean a los senderos y a las comunidades: inundaciones, deslizamientos y desbordes alteran la fisonomía del paisaje y la memoria colectiva.

Cuatro periodistas nos internamos en los relictos del Qhapaq Ñan para conocer a sus habitantes y escuchar cómo enfrentan los desafíos que la crisis climática —y otros factores— imponen sobre sus vidas.
Como eje unificador, el Qhapaq Ñan puede convertirse en un hilo conductor entre el pasado y el futuro climático. En cada tramo que se pierde, se desvanecen signos de una relación entre la gente y el paisaje que aún podría ofrecernos claves para las luchas de nuestro tiempo.
La gente del sol de las ocho puntas
El aumento de temperaturas, la pérdida de fauna, semillas nativas y ecosistemas como glaciares afectan el territorio ancestral del pueblo Pasto entre Colombia y Ecuador. Ante la crisis climática, la juntanza comunitaria sostiene la defensa del ambiente.
La tierra está herida, dice el pueblo indígena Pasto. “Nos estamos desmembrando”, afirma Lidia del Rocío Moreno Cuastumal, maestra indígena y consejera mayor de educación. Para esta cultura, el universo está conectado por medio de ciclos y debido a la crisis climática estos procesos están alterados, afectando a las comunidades y al territorio.
“Hay una especie de garza que tampoco era de este territorio y se está comiendo las truchas que son un alimento nuestro”, cuenta Daniel. Otra de las afectaciones son los incendios y la agricultura en los páramos, lo que disminuye la disponibilidad de agua. Los afluentes hídricos son sagrados para la cultura Pasto, como el río Guáitara, justo en la frontera entre Colombia y Ecuador.
Qhapaq ñan, 16,6 kilómetros
Parte del Puente de Rumichaca, la frontera entre ambos países, está dentro de la declaratoria de patrimonio mundial de la UNESCO de Qhapaq ñan y lugares sagrados para el pueblo Pasto como el santuario de Santa María Las Lajas, no. Ángela Lucero, antropóloga e indígena Pasto, explica que “se reconocen bajo este nombre patrimonial las redes de caminos ancestrales de diferentes pueblos, no sólo el inca”.
En el caso de Colombia, el pueblo prehispánico Pasto, que sigue habitando el territorio, fue quien construyó toda la red de caminos “pero sólo unos puntos específicos están dentro de esa declaratoria. Hay también asentamientos, casas, muros, sistemas de drenaje, petroglifos y sitios sagrados”, detalla Ángela.
La declaratoria fue un trabajo realizado entre el Instituto Colombiano de Antropología e Historia -ICANH- y la Universidad de Nariño. Son 16 kilómetros declarados, “tuvieron buena intención pero no salió muy bien”, dice Ángela. Anny López, arqueóloga de la institución, explica que “fueron varios años de investigación, para visibilizar este sitio tan importante. Todavía hoy se sigue investigando y eso es lo que hacemos”.
El pueblo Pasto es binacional. En Colombia hay 24 resguardos y en Ecuador la figura jurídica tiene otro nombre: son siete comunas campesinas. Si se cruza entre un país y otro, se ve el mismo sol de ocho puntas. Actualmente Ipiales, la última ciudad de Colombia al sur antes de la frontera, enfrenta una crisis por el suministro de agua debido a que en los ríos Blanco y Chiquito, fuentes principales de abastecimiento, la Gobernación de Nariño ha identificado “altos niveles de contaminación generados por vertimientos de comunidades cercanas, empresas lácteas y mataderos no autorizados. Adicionalmente, se observó una reducción en el caudal”. Daniel explica que son alrededor de 20 barrios que no tienen acceso a este servicio.
Semillas, tulpas y ruinas
Males, otro resguardo indígena del pueblo Pasto, no hace parte de la declaratoria del Qhapaq ñan de la UNESCO. A pesar de esto, en Males hay un lugar llamado Tulpas Ambientales. Es una casa rosada, con flores de colores colgando en las ventanas y con un vivero detrás, donde se hace educación ambiental con estudiantes de colegio, mujeres y demás personas se juntan para proteger el territorio.
Se llama Tulpas Ambientales porque las tulpas son tres piedras que están en el centro de la cocina ancestral: el fogón donde se pone la olla y donde las personas se reúnen a planificar el día que viene y a hacer una retroalimentación del día que ya pasó. Macoi Morán, integrante de este resguardo cuenta que “antes los mayores sabían predecir lluvias, soles o heladas para sembrar, pero ahora en este momento es tiempo de lluvias, pero hace sol. Y en sol hace lluvias, o hay heladas cuando no debería de haber heladas”.
La papa, la vaca y el frailejón
La Laguna de la Bolsa, en Cumbal, es un sitio sagrado de la cultura Pasto cuyo nombre proviene de la forma de vientre dando a luz que dibujan las montañas en sus aguas. Está llena de espíritus y desde el fondo también emergieron indígenas Pasto en el origen del mundo. Pero también hay agricultura, cosa que no debería ser por la Ley 1930 de 2018 y otros tratados internacionales que prohíben estas actividades así como la ganadería, minería y la explotación forestal comercial en estos territorios.
A un lado de los linderos están las vacas, a otro lado los cultivos de papa y al otro lado los frailejones. Esta transformación en la cobertura vegetal, afecta la regulación hídrica y los servicios ecosistémicos, especialmente en contextos donde la presión humana sobre montes ya es significativa, como en este páramo de Cumbal.
Lidia dice que los caminos ancestrales no los encuentras en la declaratoria del Qhapaq Ñan, sino en el corazón de los territorios donde han cambiado la relación con espíritus malignos, sembrando plantas nativas que guardan, llevan y nutren el agua para sanar las heridas que tiene la madre tierra.
El Inca Naani o las cicatrices de una convivencia milenaria
En la sierra norte del Perú, las comunidades campesinas se aferran al espíritu colectivo para conservar el Camino Inca. Aunque las amenazas climáticas están remeciendo las tradiciones.
Epifanía Ocaña lleva una bolsa con algunas papas y ollucos. Un par de décadas atrás, por estos días (fines de junio) pedía ayuda para cargar las cosechas. Por los tonos verdosos proyecta que para agosto estarán listos el maíz y la cebada. “Antes, en abril dejaba de llover, ahora sigue. La cosecha se corrió”, cuenta.
Camina con cuidado. Aún quedan charcos en el sendero. Atraviesa el caserío de Soledad de Tambo por el Inca Naani, como se conoce en Áncash a la vía prehispánica.
Aún es posible transitar. Resisten al clima el suelo empedrado y las pircas (muros de piedras) que bordean tres kilómetros de camino acondicionados por el Programa Qhapaq Ñan Perú.
Saliendo del pueblo desaparecen los muros, las demarcaciones y el suelo es irregular. Las tormentas y la caída de rocas y malezas vuelven intransitables esas partes. “Cuando era niña llovía leve todo un día. Ahora en veinte minutos llueve todo junto”, sostiene Epifanía.
Yamina Silva, meteoróloga del Instituto Geofísico del Perú, observa lo mismo. Al ver los datos de las últimas dos décadas nota que las lluvias se han retrasado un par de meses en los Andes peruanos. Y cuando aparecen ocasionan destrozos. “Si no tenemos lluvias leves en octubre, para diciembre los suelos llegan secos y no están permeables para recibir mayor volumen de agua. Entonces, se dan los huaicos”, precisa.
Durante el primer semestre de 2025, en Áncash se reportaron 81 huaicos o deslizamientos según el Centro de Operaciones de Emergencia local. Estos fenómenos afectan cultivos, ganados, viviendas y también los caminos.
Un ritual en peligro de extinción
Desde las partes altas del centro poblado de Castillo se puede ver que el camino une los pisos ecológicos del Valle de Tambillos (entre los 2300 y 4600 msnm).
“Los caminos sirven”, dice Dante Solís, presidente comunal de Castillo. Entre otras funciones, es el encargado de convocar al Naani Aruy, la faena comunal para el mantenimiento de los senderos.
Estos trabajos solían realizarse dos veces en torno a la temporada de lluvias. Por las alteraciones climáticas eso varió. Este año, poco después del solsticio de invierno, Dante citó a la comunidad porque había tramos obstaculizados.
Con picos y palas los hombres remueven la tierra y piedras del sendero. A su vez acomodan las pircas caídas. Las mujeres y niños con machetes y hoces cortan los arbustos y arrancan las malezas que tapan drenajes. Todo esto ocurre durante cinco horas.
Este segmento forma parte de los 250 kilómetros del sistema vial en territorio peruano incluidos en la declaración patrimonial de Unesco. “Nos sentimos orgullosos por este legado”, dice Dante.
La satisfacción no es completa. Después de la faena, Dante mira el sendero ahora limpio, pero sabe que será insuficiente ante un temporal.
Cada vez que ocurren, el agua cubre la calzada y se cuela a las casas contiguas. En pocos minutos se inundan los primeros pisos. Las familias pasan varios días sacando el agua.
Los vecinos de Castillo solicitaron la instalación de canaletas, pero chocaron ante la protección patrimonial. Cualquier iniciativa para intervenir estos bienes debe regirse por la Ley 28296, que le otorga al Ministerio de Cultura la última palabra.
Tradición y (o) supervivencia
En cada visita a la red vial los técnicos de Qhapaq Ñan Perú encuentran afectaciones. En el último reporte (2024) presentado a Unesco, se indica que la caída de agua afecta al 87% del segmento Huánuco Pampa – Huamachuco (que incluye al Valle del Tambillos).
“Ahora todos los años tenemos emergencias por lluvias. Algo está cambiando y merece una intervención”, refiere Victor Curay, Coordinador de Proyectos y Programas Qhapaq Ñan – Sede Nacional.
Cada solicitud de intervención es evaluada con detenimiento. “Se puede tocar el patrimonio, pero bajo ciertas condiciones dado su complejidad y valor”, acota Curay.
En sus viajes, como investigador externo, el antropólogo Clark Asto notó que ya no hay faenas de mantenimiento en gran parte de la red. “Las necesidades contemporáneas hacen que mucha gente deje los caminos”, anota.
La premura por comercializar productos, recibir atenciones médicas o gestionar trámites, privilegió la construcción de carreteras. “El Camino Inca es mantenido donde les resulta funcional, pero donde necesiten asfalto, quizás no”, comenta Asto.
En el Valle de Tambillos hay segmentos en desuso. Para llegar a Pomachaca, los pobladores de Castillo toman colectivos que les cobran cinco soles (un dólar y medio), en lugar de caminar dos horas por un accidentado sendero. “Para ir a nuestros caseríos usamos el camino, pero más allá no. Ya nadie camina por ahí”, dice Epifanía.
El abandono se torna evidente en la parte baja de la ruta, donde el río Puchka en temporada de lluvias suele desbordarse. Muy próximos al cruce Pomachaca, masas de rocas y escombros, depositadas por el furioso río, cubren la traza antigua. El Inca Naani ahí es un recuerdo en los ojos de los mayores.
Socoroma y sus caminos a la deriva del tiempo
El Qhapaq Ñan, Patrimonio Mundial de la Unesco, atraviesa seis países y cientos de comunidades que hoy tienen el mismo desafío: adaptarse a un nuevo clima. En Socoroma, región de Arica y Parinacota, una red de caminos que antes unía pueblos y ecosistemas, hoy se desdibuja entre el abandono y los efectos del cambio climático en Los Andes.
Mientras Arica y el mar van quedando atrás, el relieve comienza a pincelar la ruta que une esta capital regional con Socoroma. A lo lejos, el encanto de la Cordillera de Los Andes comienza a develarse.
Después de 125 km, el bus se detiene. Mujeres y hombres toman sus bolsos y descienden para subir a la camioneta de Luis Gutiérrez, agricultor que también traslada pasajeros al pueblo. Allí, a más de 3.300 metros de altura, con el volcán Taapaca de fondo y después de atravesar el mismo relieve que cruzaban los chasquis incas, Luis y sus pasajeros llegan a destino. Un poblado rodeado de terrazas de cultivo de orégano, hierba que le ha dado fama y que perfuma cada rincón. En su entrada se lee: Bienvenidos a Socoroma, territorio Qhapac Ñan.
Un patrimonio bajo amenaza
Con sus calles vacías y sus casas clausuradas parece estar suspendido en el tiempo. Y es que por generaciones, niños y jóvenes han debido migrar, vivir el desapego familiar y el desarraigo cultural, deshabitando la precordillera.
—Hace más de 50 años que la educación tiene la misma política pública. Todavía las escuelas están hasta 6° básico. ¿Cómo puede ser que los niños se tengan que ir? -se pregunta impotente Nancy Marca, presidenta de la Comunidad Indígena de Socoroma. –Perdimos nuestra identidad, el amor y el apego a nuestra cultura. Hemos tenido que irnos por salud, trabajo y educación- insiste.
Así, el Qhapac Ñan pasó de ser una activa vía a dejar de ser transitada y a camuflarse con la vegetación que surge tras cada lluvia. Si bien, hace 11 años fue declarado Patrimonio Mundial, muchos alegan que ha sido más difícil mantenerlo y que el Estado no se ha visto. Mientras la comunidad aymara local lo demanda como propio, el Qhapac Ñan aquí aún no tiene un responsable. Para peor, la actual crisis climática aumenta los riesgos de su desaparición.
La crisis climática global en Socoroma
—Antes llovía todo diciembre hasta marzo; ahora comienza después del Año Nuevo y llueve hasta abril, además, en enero teníamos lluvia bien calmada y en febrero había truenos y relámpagos; ahora está todo mezclado, cuenta Luis Gutiérrez. Para Oliver Meseguer, Doctor en Geografía y académico de la Universidad de Tarapacá –los cambios en la estacionalidad de la lluvia se han tendido a atrasar y durante menos días llueve la misma cantidad o más y eso erosiona más el suelo. Su capacidad de infiltración es muy baja. Si la lluvia está más concentrada, hay más escorrentía superficial y consecuencias para los demás ecosistemas.
Otra alerta la da Álvaro Romero, arqueólogo de la oficina regional del Consejo de Monumentos Nacionales. -Los caminos están en franco deterioro y riesgo. La falta de mantención se acumula y acelera los efectos que pueda tener una temporada de lluvia un poco más intensa.
Además, según Meseguer, en los últimos 50 a 55 años en las zonas altas han aumentado significativamente las temperaturas mínimas: 0,7 grados por década. Esto también fue identificado en el Reporte Anual de la evolución del Clima en Chile, que advierte cómo ascendió la línea donde la precipitación cae como agua o nieve. Ello puede provocar “remociones en masa o el aumento brusco de los caudales, generando impactos en los ecosistemas y la infraestructura”.
Retornar a lo comunidad
— Antes, había mucho trabajo comunitario. Los abuelos contaban que iban todo el día a reparar los caminos que la lluvia afectaba, llevaban fiambres y herramientas. Era obligatorio, todos los que lo transitaban tenían que ir -relata Luis Gutiérrez.
—Por ese camino, ¿cuántas veces me moví yo? Muchos años caminé. Conecta al Perú, arriba a Tacna, para el este Bolivia. Los tramos y ramales están cruzados. El Qhapaq Ñan lo usé hasta el año 95 con animales de mi mamá, en tiempos de escasez de pastos, recuerda José Flores, agricultor, repartidor del agua y guía turístico.
Claudia Prado, encargada del Centro Nacional del Patrimonio Mundial, confirma que el Qhapac Ñan en Chile no tiene una administración –No hay una forma única y no podemos definirla sin que esté en consulta con las distintas comunidades. En Socoroma opinan otra cosa, dicen que llevan muchos años esperando cambios.
A más de 2.000 km de Claudia, Nancy Marca cree en el diálogo, siempre que se respete su visión como Pueblos Originarios. –Esos caminos son de tiempos inmemoriales y pertenecen a la comunidad. Son nuestro patrimonio, no del Estado; la comunidad es la que debe tener su administración.
La gente de la tierra donde las piedras hablan
Es fácil imaginar a una Marcelina niña, aburrida de pastorear la hacienda. Lleva el rebaño a las ruinas de Tastil. Frío el aire, fuerte el viento, tal vez. Caminando entre los muros del lugar donde las piedras hablan, Tastil. Las cabras saltan y voltean las pircas. Juegos de niños.
¿Y a quién le importan unas estructuras de piedra en medio de la puna salteña, restos de un pasado indígena que se esfuma?
…
Cuando la UNESCO declaró al Qhapaq Ñan Patrimonio de la Humanidad, incluyó al patrimonio vivo: las comunidades originarias a la vera del camino. Personas que quieren vivir mejor, que quieren mantener su vida de siempre.
Y las contradicciones recién comienzan.
¿Cómo mantener una cultura ancestral ante tanta vulnerabilidad social, con la crisis climática de telón de fondo?
…
Marcelina Zalazar es tastil: del pueblo indígena y del paraje del mismo nombre, Santa Rosa de Tastil, en Salta, Argentina. Su padre fue el primer cuidador de las ruinas del poblado preincaico más grande del país. Con 48 años, ella tomó la posta y trabaja protegiéndolo.
Es un legado que uno lo siente, lo vive y que no se puede soltar fácilmente.
Para llegar a Tastil hay que hacer 109 km desde Salta Capital, pasando por la Quebrada del Toro. La Quebrada es parte del Qhapaq Ñan, un “monstruo” de patrimonio o un experimento único —depende de a quién le preguntes—, que en Argentina protege 32 sitios arqueológicos, 18 comunidades y 118 km de caminos en 7 provincias. Entre los cerros vive desde hace generaciones el Pueblo Tastil, criando sus cabras y cultivando papa andina, haba, maíz caspio. Pero ya no todos viven ahí: como Marcelina, muchos se fueron a la ciudad buscando otra cosa.
La gente, la vez que se va, ya no vuelve. Se vienen de visita, tienen sus abuelos, sus bisabuelos, quizás.
No es fácil quedarse cuando afuera están las oportunidades, allá el progreso. El Qhapaq Ñan para Marcelina fue una razón para volver; pero para el Pueblo Tastil, el camino encarna los dilemas que los atraviesan: la posesión de la tierra, el turismo y a quién beneficia, la minería, su identidad indígena. Insisten en que el camino es suyo y exigen participar. No es solo una cuestión administrativa, ya que las comunidades indígenas encarnan las culturas y cosmovisiones andinas que la UNESCO declaró Patrimonio Cultural Inmaterial.
Marcelina:
El Qhapaq Ñan está creado para defender nuestras tradiciones, naturalmente. El agua, las plantaciones y que los chicos del día de mañana crezcan viviendo de esta manera.
Cuando la lluvia arrasa
Un video publicado por la comunidad muestra una casa completamente inundada. Está oscuro, se escucha el chapoteo de los pasos. Un perro mojado mira adentro casi con tristeza. En la mañana, barro y agua marrón por todos lados. Objetos arruinados, cosechas que desaparecieron. Ovejas ahogadas al costado.
La Quebrada del Toro se inundó en marzo de 2025, y los aludes destrozaron viviendas, siembra y hasta la ruta Nacional 51. En el verano austral, el agua que arrasa es un desastre repetido en comunidades que no pueden adaptarse. A más de 100 km, Paulino vivió lo mismo en Capillas, un paraje a la vera del camino ancestral:
Se me entró agua a la casa; me tapó lo sembrado, la acequia. Fue un daño más o menos, digamos. Porque el tema de la siembra de la papa, ahí sí que perdí bastante; no coseché buena papa. Qué va a ser.
Lluvias desmesuradas en poco tiempo, sequía todo el resto del año: los locales ya no reconocen las tormentas que golpean la puna. El promedio anual de precipitaciones se mantiene, pero ahora cae en un día lo que antes podía caer durante meses.
Rosita, su madre y su hija cruzan un puente improvisado sobre el río Toro. Viven en la Quebrada del Toro. Volviendo del campo, una crecida repentina arrastró al padre de Rosita en 2024. No es el único fallecido por los aludes. Foto: Gianni Bulacio.
Las autoridades provinciales siguen de cerca sus experiencias, y sostienen que la crisis climática es de los mayores desafíos para la conservación del Qhapaq Ñan. Las lluvias, calores y fríos extremos golpean la vida y la producción en la puna salteña, explican desde el Programa Qhapaq Ñan Salta. Los pueblos viven en un límite delicado.
Paulino:
Hay veces que uno siembra su maicito, viene una helada y te lo hiela todo. Y llega el verano y caen unas piedras que te deja nada a veces. Es muy jodido ahora. (…) Son cosas de la naturaleza; no podemos poner contra la naturaleza.
Christian Vitry, arqueólogo del proyecto Qhapaq Ñan, resalta que trabajan con más que piedras. El Qhapaq Ñan es patrimonio vivo, y no pueden dejar de lado las “cuestiones de dignidad humana” al protegerlo. Y hay mucho por trabajar: el Qhapaq Ñan recorre las zonas más vulnerables del país; con indicadores socioeconómicos “reflojos” y niveles de pobreza del 41,2% en Salta Capital, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.
Está bien que estemos trabajando en patrimonio, pero no es que el patrimonio sea más importante que la gente, argumenta Victoria Sosa, quien dirige la gestión federal del Qhapaq Ñan Argentina.
Más allá del clima, la gestión, los problemas, el Qhapaq Ñan es el lugar donde el Pueblo Tastil elige vivir. Y donde continuarán viviendo, valoremos su patrimonio o no.
Este proyecto de Historias Sin Fronteras fue desarrollado con el apoyo de InquireFirst, una organización periodística sin fines de lucro en San Diego, California.
Puede revisar la investigación ampliada aquí https://www.camino-inca.historiassinfronteras.com/index.html




