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También habían llegado los representantes especiales de los gobiernos amigos de Argentina, Chile, Colombia y Ecuador. En las afueras de Palacio de Gobierno, montaban guardia el Regimiento de Caballería “Mariscal Nieto” (habituales en esos años). Dentro de la Casa de Pizarro, los periodistas pugnaban por conversar con los mandatarios invitados; el más interesado en hablar con los periodistas era Banzer; el general boliviano no perdió la oportunidad de manifestar la necesidad de su país de tener una salida al mar.
El tema actual entonces entre los jefes de Estado y los representantes de los demás países amigos era ver cómo podíamos, todos, “limitar los gastos destinados a la compra de armamentos”. El presidente más carismático o que buscaba serlo al menos, era, sin duda, Carlos Andrés Pérez, el mandatario venezolano siempre rompía los protocolos e intentaba hablar con la gente directamente.
En horas de la noche, los líderes del continente que coincidieron en Lima firmaron, en el salón Túpac Amaru, la denominada “Declaración de Ayacucho”. Lo hicieron Velasco, Banzer, Torrijos y Pérez, y los representantes de los otros gobiernos hermanos. En pocas líneas, el documento “resumía los ideales de integración y mayor cooperación, entre otros puntos, de los países bolivarianos y sanmartinianos”, decía El Comercio del 9 de diciembre de 1974.
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Pero los acontecimientos más intensos no iban a ocurrir en Lima, donde hubo algunas ceremonias castrenses por la efeméride de la batalla, sino en la misma ciudad de Huamanga, en el departamento de Ayacucho. Los cancilleres de los gobiernos invitados y los Comandantes generales de sus ejércitos, y los altos mandos militares viajarían el domingo 8 de diciembre, al sur ayacuchano, donde pudieron apreciar los honores cívico-escolares por el sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho.
Ayacucho recibió a las delegaciones militares extranjeras con mucha emoción y hospitalidad. Estas arribaron ese domingo 8 muy temprano. Instaladas en el Hotel de Turistas, pudieron ser testigos desde los balcones de una gran parada y desfile cívico-escolar y de la colocación de arreglos florales en la plaza de Armas, al pie del monumento ecuestre del mariscal Antonio José de Sucre, protagonista de la gran batalla emancipadora.
Los militares extranjeros estaban listos para su desfile solemne en la pampa de la Quinua, frente a sus cancilleres y líderes militares. Pero, realmente, los que estaban emocionados eran los escolares que desfilaron ese domingo 8, puesto que todos ellos y otros muchísimos más de sus compañeros protagonizarían, el lunes 9 de diciembre de 1974, en la pampa de la Quinua, una de las escenificaciones de la Batalla de Ayacucho más recordados hasta hoy en día.
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Los hoteles estaban repletos y los turistas nacionales y extranjeros serían los primeros en tratar de registrar esos momentos históricos que vivía Huamanga. Al día siguiente, tratarían de hacer lo mismo, registrar los hechos en la pampa de la quinua, especialmente durante la recreación de la batalla con estos mismos colegiales que vieron desfilar en la plaza huamanguina.
Como era también el Día del Ejército Peruano, había en el ambiente un fuerte aire castrense; un espíritu de gloria merodeaba en cada integrante de los batallones extranjeros y nacionales que desfilarían esa jornada. Y mucha de esa atmósfera fue absorbida por los jovencísimos escolares ayacuchanos que se vistieron como soldados del siglo XIX, como esos hombres independentistas que buscaban la libertad de esta tierra.
El Comercio encomendó la tarea a dos reporteros y ellos fueron testigos de los discursos políticos de ocasión y del retraso en el inicio de la ceremonia central: dos horas más tarde de lo previsto. Vieron ellos también cómo el pueblo ayacuchano se desplazaba a la zona desde las primeras horas de la madrugada.
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Una vez que se acomodaron tanto el Cuerpo Diplomático acreditado en el Perú como las delegaciones militares de los llamados “países bolivarianos y sanmartinianos”, el acto por el sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho (1824-1974) se inició con el encendido de la llama votiva.
Luego fue el izamiento de las banderas de las naciones invitadas, y el himno nacional del Perú que resonó en esas alturas ayacuchanas. De inmediato, se develó la placa del monumento a los caídos en esa pampa hacía 150 años, y después el canciller peruano Miguel de la Flor entregó los arreglos florales correspondientes.
Una “misa de campaña” cerró esa parte del acto histórico. Siguió el desfile militar con las delegaciones de Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Venezuela, Panamá y el Perú. A paso de vencedores, marcharon también los famosos ‘morochucos’ y las comunidades campesinas ayacuchanas, en medio de las delegaciones artísticas. Pero el punto de máxima expectativa sobrevino cuando llegaron los escolares.
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Según El Comercio, fueron alrededor de dos mil estudiantes de los centros educativos de la ciudad de Huamanga. Ellos se prepararon con meses de anticipación y consiguieron el vestuario y equipamiento adecuados. De esta forma, la escenificación fue completamente realista.
Los actores escolares dirigieron sus movimientos en el terreno de los hechos, y con la asesoría militar y de sus profesores de historia lograron vivir una verosímil “Batalla de Ayacucho”, escenificada con mucho realismo y donde hubo, además, “escenas de profundo fervor patriótico”. Los uniformes de los entusiastas colegiales eran muy similares a los que se vieron esa mañana del 9 de diciembre de 1824.
El espacio elegido para la escenificación de la Batalla de Ayacucho fue, exactamente, en las faldas del cerro Condorcunca. El calor era intenso, y soplaba un fuerte viento de sur a norte, reseñaron los cronistas del diario decano.
Luego del mural en vivo, de la acción protagonizada con intensidad, el canciller De la Flor dijo algunas palabras en medio de la emoción del momento: “En Ayacucho cerramos una etapa en la vía de nuestra liberación, pero no pudimos asentar entonces las bases necesarias para que nuestras sociedades alcanzaran también su plena independencia económica y social”. Otros cancilleres también tomaron la palabra en ese escenario impactante.
Para ello, Gonzalo y el abuelo se remontan a 1919, año en que una turba instigada por el entonces presidente Augusto B. Leguía atacó e incendió parte del local donde funcionaba la redacción de El Comercio.
En respuesta, don José Antonio Miró Quesada ordenó construir un nuevo edificio en la misma locación, que sea tan imponente como una fortaleza.
Este año, la casa de El Comercio cumple 100 años de inaugurada y lo celebramos rememorando algunos momentos y personajes históricos que pasaron por ahí.