Desde muy temprano, los robos menores abundaron ese jueves 15 de marzo de 1934. Un ejemplo fue el que sufrió el frutero, de origen asiático, Carlos Chiang, en su puesto de la calle Santa Rosa de las Monjas (hoy cuadra 6 del jirón Santa Rosa, ex Antonio Miró Quesada); a él le sustrajeron “ciento ochenta soles en cheques circulares y once soles en moneas de níquel”. (EC, 16/03/1934).
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Consumir y no pagar era la moda de esos años, o al menos eso parecía debido a la abundancia de esos casos, como el de Alberto Neira (tomaba licor) en la calle Humboldt, y de Luis Castañeda y Augusto Trucillos (tomaban cafés) en la avenida Manco Cápac, ambos en locales ubicados en el popular distrito de La Victoria.
También hubo tragedias como la de un hombre que se ahogó en las turbulentas aguas del río Rímac, a la altura de Martinete (cuadra 6 del jirón Amazonas, Barrios Altos), cuando andaba lavando ropa en la ribera. En un momento se descuidó, resbaló y fue arrastrado por la fuerte corriente del “río Hablador”. Eso fue lo que atestiguó Victoria González, una vecina de Martinete, en las horas de la tarde de ese mismo jueves 15.
La Guardia Civil armó un operativo para rescatar el cadáver del infortunado “lavandero del Rímac”, pero todo resultó infructuoso. Solo quedaron en el lugar donde cayó, como muestra de su presencia, las ropas que aún faltaban lavar. (EC, 16/03/1934)
Horas antes de la desaparición de aquel hombre en las agitadas aguas del Rímac, dos camiones colisionaron violentamente en la avenida Petit Thouars. Los choferes eran César Velaochaga y José Espinoza, y la causa fue que al primero de estos se le rompió la dirección. En aquellos tiempos, la avenida Petit Thouars era de doble sentido, por ello el choque fue inevitablemente frontal.
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“Heridos y contusos” de toda naturaleza y edades llegaron a los diversos locales de la “Asistencia Pública”, ese agitado y brutal jueves. Eran niños y jóvenes, especialmente, los que pedían auxilio con heridas por quemaduras y mordidas de perros, pero también por cortes caseros o accidentes de tránsito. (EC, 16/03/1934)
Un tipo de accidentes reportado a la Guardia Civil ese 15 de marzo de 1934 y que era cotidiano para esa institución policial durante la década de 1930 era el causado por el atropello de gente por los bólidos automovilísticos. La proliferación de autos, cuyas ventas subieron entre los años 20 y 30, y el incontrolable exceso de velocidad, llevaron a Lima a ser testigo de esas numerosas denuncias.
Esa misma jornada, el menor Humberto Díaz de la Vega fue impactado con el parachoques del auto que manejaba Ricardo Barrera. El accidente ocurrió en la calle Pacae, en el Centro de Lima (hoy, cuadra 9 del jirón Carabaya).
Ya en ese entonces, los ciclistas también atropellaban a los transeúntes limeños, y hasta fugaban. Aquello sucedió en las primeras horas de la mañana, cuando Lorenzo Aranzáez, un hombre de 41 años, caminaba cerca de su casa, en la zona este de la capital, en Villacampa. El señor Aranzáez acabó malherido y en el “Puesto Central de Primeros Auxilios” por “contusiones con erosiones en la pierna izquierda”. (EC, 16/03/1934)
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Mujeres escandalosas detenidas por la policía de Barranco, y menores apresados en la avenida Grau por los gendarmes barranquinos al verlos trepar a la volada en los tranvías eléctricos y quedar colgados peligrosamente en los estribos, fueron parte de ese agitado jueves 15 de marzo de 1934.
Pero de lo que más se quejaban los limeños de hace 90 años, en general, era de la falta de eficiencia en los servicios médicos, que incluían, por supuesto, el de los “auto-ambulancias”, como se decía entonces. (EC, 16/03/1934)
La peor parte se la llevaban las personas humildes que buscaban auxilio médico en los pocos centros hospitalarios de esos años, todos en el Centro de Lima, como el Hospital Dos de Mayo (el H. Obrero recién se inauguró en 1941, el H. del Empleado, en 1956).
El traslado de los accidentados era muy dramático. Los establecimientos de la Beneficencia Pública y las propias clínicas no contaban con una flota suficiente de estos “auto-ambulancias”. Su escasez generaba una gran angustia entre el público, pues de eso dependía la vida o muerte de sus familiares. (EC, 16/03/1934)
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Los heridos graves o las personas en crisis de los balnearios (Chorrillos, Barranco y Miraflores) eran atendidos por la Policía, pero esta necesitaba el apoyo de la Asistencia Pública, que era la encargada del envío urgente de esos carromatos de auxilio médico.
Los agentes policiales llamaban por teléfono para solicitar uno de estos vehículos “salvavidas”, pero repetidamente les respondían que “el carro se encuentra ocupado por otro servicio en la misma ciudad o descompuesto y, por lo tanto, imposibilitado para hacer el viaje a los balnearios sureños”. (EC, 16/03/1934)
El miércoles 14 de marzo de 1934 ocurrió un hecho que rebasó los límites de esa mala práctica o falta de apoyo para con los usuarios en emergencia. Un hombre “de modesta condición”, decía El Comercio, acudió a la comisaría de Chorrillos.
El hombre vivía en la antigua “Urbanización Chorrillos”, y pidió con urgencia a la Policía ayuda para su esposa Eugenia Valverde, quien se hallaba embarazada y estaba cerca de dar a luz. Pero ella se encontraba en malas condiciones y su salud peligraba. Entonces los agentes solicitaron el auto o “carro-ambulancia” a la Asistencia Pública de Lima. (EC, 16/03/1934)
El marido desesperado se había rehusado a usar un “auto de plaza” (taxi) porque no le daba las facilidades o cuidados que requería su esposa, y por último no contaba con el dinero para hacerlo. Confiaba en la Policía y en la Asistencia Pública de su ciudad. Sin embargo, tanto él como los agentes de la Guardia Civil quedaron estupefactos ante la respuesta de las autoridades sanitarias.
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“La auto-ambulancia está descompuesta”, les dijeron, a secas, sin darles ninguna solución. El hombre debió buscar otra ayuda y la halló en los bomberos. Habló con el señor Juan B. Pinasco, comandante de la Compañía de Bomberos Voluntarios “Garibaldi Nº 1″; este funcionario fue quien se compadeció de la pareja y gestionó en Lima un vehículo idóneo de los propios bomberos. EC, 16/03/1934)
Aparentemente, todo iba bien: a la media hora de las gestiones del señor Pinasco, llegó a Chorrillos un “carro-ambulancia” de la Compañía “Cosmopolitana”. Subieron a la embarazada y su esposo y enrumbaron a Lima, directamente a la Maternidad de Lima. Pero no fue una historia con final feliz.
Tanto tiempo se perdió que la mujer, Eugenia Valverde, pese a estar ya internada no soportó su grave estado y perdió la vida en horas de la tarde de ese fatídico jueves 15 de marzo de 1934. Esa mala lección fue muy dura para la comunidad chorrillana. Dada la mala noticia, un grupo de vecinos se puso en acción.
El comité de vecinos de Chorrillos emprendió el objetivo de adquirir al menos un “auto-ambulancia” para servir a los vecinos necesitados de un transporte rápido; de esta forma, organizaron rifas y recibieron donaciones voluntarias, hasta llegar a la cifra que requerían.
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Lima, con todas sus ineficiencias, limitaciones y conflictos, supo desde esa década de 1930 salir adelante, pero especialmente supo reunirse para acordar y decidir lo mejor para su vida en familia y en comunidad.
A solo tres días de celebrarse el 490 aniversario de Lima, estas historias nos dejan ver lo que esta ciudad vivió en un solo día. ¿Pueden imaginarse los cientos de miles de eventos, dramas, tragedias, accidentes, momentos de euforia, de esperanza y desesperanza, de vida y muerte que hemos vivido en estos casi cinco siglos en Lima? Y aún persistimos.