Martes, Noviembre 26

—¿Cómo analiza la situación económica de Perú y América Latina luego de un 2023 en el que distintos países registraron caídas?

No estamos ni tan bien como en el ‘boom de los commodities’, ni tan mal como como estaremos dentro de unos años si el crimen transnacional organizado sigue avanzando por encima de los estados. Estamos en una dirección en la mala dirección. No soy fatalista, no significa que vamos a seguir por ese camino o vamos a llegar al colapso de los estados como proveedores de orden y bienestar, pero ese es el camino que estamos en este momento.

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El mejor indicador de esto es la tasa de informalidad económica, que en Perú entiendo supera el 70%. En el escenario al que nos dirigimos es donde la informalidad se va tornando cada vez más en ilegalidad. No es necesario que lo informal sea ilegal, pero cada vez más lo es. Entiendo que en Perú este año el narcotráfico dejó de ser el principal negocio criminal para pasar a ser la minería ilegal. En América Latina estamos viendo que el tráfico de armas, los mercados secundarios de bienes robados, el contrabando y la corrupción se tornan más importantes en la estructura económica.

Tendíamos a pensar que la cooperación regional era importante para todo, pero la globalización segmentada nos muestra que la economía no necesita que nos regionalicemos, porque China nos compra a todos y no nos compramos entre vecinos. Pero la seguridad sí lo exige, porque el crimen está regionalizado. La seguridad es más necesaria que nunca y todavía los Estados no tomaron conciencia de esto, al menos no están haciendo nada para resolver en conjunto los problemas que enfrentan, que es el crimen.

“Descubrimos que no se puede reducir al mismo tiempo estos tres problemas: el narcotráfico, la violencia criminal y la corrupción”

—¿La economía ilegal ralentiza o afecta al crecimiento formal y a la inversión privada?

Tengo una mala noticia: lo que se llama ‘Trilema de Lessing’. Descubrimos que no se puede reducir al mismo tiempo estos tres problemas: el narcotráfico, la violencia criminal y la corrupción. Lessing muestra, lógica y empíricamente, que los Estados, con la poca disponibilidad de recursos que tienen, tienen que aceptar un problema para reducir los otros.

El narcotráfico y la economía ilegal aumenta en toda América Latina, pero en algunos países disminuye la violencia, son los países que hicieron acuerdos con los narcos para permitir el negocio, reduciendo la criminalidad. Es decir, hay un pacto gris entre la ley y los violadores de la ley para reducir la violencia, pero sin eliminar el negocio. Entonces, los narcotraficantes lo que hacen es poner orden en sus distritos y sustituyen al Estado con la complacencia de este. ¿En qué países vemos una reducción de la violencia? El Salvador, Colombia y la misma Argentina. Esto no lo digo yo, sino un conjunto de estadistas que integran una iniciativa global con expresidentes.

—Eso significa tranzar con el enemigo para solucionar los problemas

Mientras la droga sea ilegal, el trilema es de hierro. La única manera de terminar con el trilema es cambiar la estrategia hacia la guerra contra las drogas.

“Los dos casos más exitosos de integración regional en América del Sur fueron por temas ilegales. Fueron la corrupción de Odebrecht y Lava Jato, y fue la represión del Plan Cóndor”

—El otro problema es la corrupción. Lo menciono porque distintos países de América Latina tuvieron el caso Lava Jato. ¿Esto terminó manchando el crecimiento económico en esos años de corrupción?

Así es, pan para hoy y hambre para mañana. Acá hay otra mala noticia: los dos casos más exitosos de integración regional en América del Sur fueron [por temas] ilegales. Fue la corrupción de Odebrecht y Lava Jato, y fue la represión del Plan Cóndor en el cono sur durante la época de las dictaduras en los setenta. Cuando mejor se coordinaron los Estados fue cuando hicieron negocios ilegales entre sí, cuando se soportan mercados ilegales, el mercado de la represión o el de la corrupción. Es una tristeza y una tragedia.

Sería bueno coordinar para evitar males públicos como el crimen transnacional.

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—¿Cómo observa el panorama político de la región? Hay problemas en países gobernados por la izquierda y en Perú un alto rechazo a la presidenta Dina Boluarte.

La insatisfacción social es un elemento predominante en América Latina. La buena noticia es que las dictaduras no contagian. En otras épocas, América Latina se movían en olas. En este momento tenemos cinco de 20 países bajo regímenes autocráticos: Venezuela, Cuba, Nicaragua, Haití y más recientemente El salvador. Los otros son algún tipo de democracia de mejor o peor calidad.

En los países donde hay democracia vemos en los últimos años elecciones presidenciales y en 13 de ellos ganaron presidentes con un partido que tenía menos de 10 años [de existencia], cuando América Latina es el continente con los partidos más viejos.

Lo que nos dice esto es que la democracia es más resiliente de lo que muchos piensan, pero no consigue estabilizar su sistema de competencia. La gente siempre está buscando algo nuevo, porque lo no le satisface lo que hay. En el caso de Perú, es el que mejor expresa esta resiliencia que convive con la insatisfacción. Son democracias vaciadas, como lo llama Alberto Vergara. Es el vaciamiento de la democracia, no su quiebra.

—En marzo usted lo calificó como una democracia mediocre

Mediocre, hasta queda bien para lo que la gente siente, está mucho más defraudada, más frustrada que si fuera simplemente mediocre.

—Tomando en cuenta ello, ¿hay una sensación de resignación en América Latina?

No tanto. Hasta hace una década, el problema de los que estaban en democracia era la desafección. Lo que vemos es un re-entusiasmo con la democracia en cada elección, pero es un caso atípico. En general Petro, Boric y Milei entusiasmaron, fueron producto de movimientos sociales disruptivos. Vemos en América Latina que la gente se vuelve a entusiasmar esporádicamente.

El tema es que las frustraciones se van acumulando y eso en general deriva en estallidos sociales, pero los estallidos tienen gatillos concretos, no es solo la acumulación, tiene que haber un tarifazo o una devaluación. Lo que vemos es que el nivel de saturación no alcanza para acabar con la democracia, hace falta un gatilla, habitualmente activado por el gobierno, cuando aumentan las tarifas o devalúa la moneda.

—En marzo dijo que América Latina ofrece oportunidades económicas al mundo y que somos principalmente exportadores. ¿Cómo aprovechamos eso en aras del desarrollo?

Nos desarrollamos en islas, de minería, litio, cobre, soja y petróleo. Hay zonas de América Latina y áreas de política que están hiperdesarrolladas, que son súper competitivas y generan mucha riqueza, pero que no se difunde en el resto de la sociedad. Lo que tenemos son sociedades cada vez más segregadas, porque hay nichos de excelencia y alta producción bien insertas en los mercados mundiales.

Tenemos sociedades que avanzan en dos carriles diferentes: uno por abajo y despacio, y otro por arriba y muy rápido. En algunos casos, cuando entran en contacto, chocan, pero hay países más segregados, son los países andinos y centroamericanos, donde a nivel educativo los niños de una clase social no tienen frecuente interacción con niños de otra clase social, viven en sus respectivas burbujas. Nos enteramos que existen los dos sectores cuando explota la sociedad.

—En el marco del CADE Ejecutivos, ¿Qué rol tienen los empresarios para atender las problemáticas del Perú y la región?

No me atrevo a darle, pero sugiero lo siguiente: hace falta un buen diagnóstico y después una buena terapia. Para mí el diagnostico es simple: la segregación social divide a las sociedades en dos. Eso genera arrogancia en los ganadores y resentimiento en los perdedores. Está muy bien estudiado por los analistas de la meritocracia, que es un sistema que premia el mérito, pero genera ganadores y perdedores. Una sociedad digna es aquella que permite una vida digna también a los perdedores.

El papel de los empresarios es, primero, entender que hay perdedores y, segundo, tratar de tornar digna la vida de los perdedores. Digna quiere decir, por un lado, distribución económica y, por otro, reconocimiento social. Es el buen trato a la gente, la interacción de ricos con pobres que en América Latina es infrecuente. Hay dos mecanismos que conocemos para que los pobres compartan el bienestar de los ricos: el crecimiento económico y la educación.

—Una característica positiva del Perú es su apertura comercial. ¿Qué retos tenemos ante el escenario internacional y los conflictos bélicos?

Hay dos desafíos fundamentales. Perú es una economía muy abierta. Si al mundo le va bien, a Perú le va bien, porque hay vasos comunicantes, pero si al mundo le va mal, a Perú le va mal. Se sugiere para una economía de este tipo que tenga amortiguadores y mecanismos que aprovechen al máximo el crecimiento mundial, pero que protejan al Perú cuando el mundo va para abajo.

Lo de las guerras es una cuestión que en América Latina tiene una doble lectura. Las guerras en general destruyen, pero además generan oportunidades, porque pueden destruir lo que uno produce y exporta. Hay guerras que benefician a quienes están más lejos y América del Sur está lejos.

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—¿Qué hay del caso de Argentina? ¿Considera que funcionó el paquete de medidas de Javier Milei?

Milei asumió con un mandato: bajar la inflación y lo está consiguiendo. Pasa del 25% mensual cuando asume y hoy está en 2,7%. Es bajo para Argentina. El costo fue recesión y pobreza, hasta ahora hay una parte de argentinos que soportan este ajuste porque valoren el resultado. Milei se mueve entre el 55% y 45% de imagen, tiene un techo bajo, pero un piso muy alto.

¿Qué va a pasar después, si se estabiliza la inflación y la gente le pide algo más? Él quiere que vengan inversiones, pero no quiere un proyecto de país como suele tener un presidente latinoamericano. Él es un libertario, quiere abrir Argentina y hagan de Argentina lo que quieran. Lo que está haciendo es buscar a los grandes empresarios del mundo, empezando por Elon Musk, para que vengan y apuesten por Argentina.

La protesta social es menor de la que hubiéramos esperado. No hay huelgas generales y no hay muertos todavía. En Argentina, a pesar de la insatisfacción, hay una paciencia social que no hubiéramos esperado, pero se mantiene.

—¿Cómo analiza la relación de China y Estados Unidos? China se volvió el principal socio comercial en varios países de América Latina.

Estados Unidos siempre enfrentó rivales geopolíticos en América Latina. Ahora enfrenta un rival geoeconómico. China puso un puerto en Chancay, es la muestra de cómo trabaja. Estados Unidos contra China tiene que poner más plata y no lo hace. Al contrario, con [Donald] Trump van a cerrarse más todavía, subir los aranceles, se va a tornar más difícil el comercio entre China y Estados Unidos, lo que quizás favorezca a América Latina. Si China no puede comprar soja a Estados Unidos porque sube los aranceles, va a venir a comprar más a América del Sur.

Lo que tenemos es una competencia geoeconómica por la plata, no por las balas. Perú es uno de los casos más claros.

—Antes del Puerto de Chancay, ¿Perú era un lugar estratégico para los intereses geoeconómicos?

Una de las razones es geográfica. Está sobre el mismo océano que China, pero tiene las cosas que China necesita, recursos naturales y minerales. Perú tiene mucho que ofrecer, pero además es la puerta a los países del Atlántico. Si hay una buena infraestructura y logística, las cosas que China le compra a Brasil pueden salir a Perú. Así que Perú es importante en parte por lo que tiene y en parte por lo que podría permitir que pase por su territorio.

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