
Gianfranco Annichini murió hoy, y con él se va una forma de ver el Perú que pocos supieron captar. Y es que, si ser cineasta en el país ya es una tarea compleja, su apuesta por los cortometrajes y documentales, géneros que rara vez encuentran espacio en la industria audiovisual, lo fue aún más. Sin embargo, Annichini no solo persistió, sino que dejó una obra que retrató al país con una sensibilidad única.
Nacido en Italia en 1941, estudió diseño gráfico en Suiza antes de trasladarse a Suecia, donde trabajó en publicidad. Pero su destino estaba en el Perú, adonde llegó en 1961 como voluntario de los Traperos de Emaús. Desde entonces, echó raíces en una cinematografía aún en formación, aportando su mirada aguda y su destreza técnica en dirección de fotografía, edición y guion.
Su filmografía está compuesta principalmente por cortometrajes documentales que desafían la línea entre la ficción y la realidad. Entre ellos destacan “Camino a las estrellas” (1981), “María del desierto” (1981), “Almirante Jonás” (1982), “Radio Belén” (1983), “El hombre solo” (1983), “Volverán las naves” (1986), “Una novia en Nueva York” (1987), “La memoria ancestral” (1988) y “La casa del recuerdo” (1988). También dirigió el mediometraje “Perú: Cuando el mundo oscureció” (1987), en colaboración con José Carlos Huayhuaca, y en 2014 incursionó en el largometraje con “La curiosa vida de Piter Eustaquio Rengifo Uculmana”, un documental cuyo título escondía un juego de palabras con el nombre del país que tanto lo marcó.
Pero Annichini fue más que un realizador. Su labor como editor lo convirtió en una pieza clave del cine peruano. Su destreza en la sala de montaje se vio en películas como “La ciudad y los perros” (1985), “Alias ‘La Gringa’” (1991), “El acuarelista” (2008) y “Octubre” (2010). Trabajó con cineastas de la talla de Armando Robles Godoy, Francisco Lombardi, Nora de Izcue y Augusto Tamayo, entre otros, dejando su huella en algunas de las obras más importantes del cine nacional.

En un país donde la memoria es frágil y el olvido la norma, Annichini fue la figura silenciosa que se encargó de rescatar historias. Su documental “María del desierto” retrató la vida de la célebre investigadora María Reiche y su dedicación a las líneas de Nasca, mientras que “Radio Belén” capturó la vibrante vida de un mercado flotante en la Amazonía.
En reconocimiento a su trayectoria, en 2020 el Ministerio de Cultura lo distinguió como “Personalidad Meritoria de la Cultura”. Se le otorgó este reconocimiento por haber puesto en relieve el cortometraje peruano a nivel internacional y por su influencia en la formación de nuevas generaciones de cineastas.
“Ha partido el maestro, dejando un importante legado de medio siglo de trabajo en el cine peruano. Sus múltiples talentos como cinefotógrafo, editor y guionista aportaron en la filmografía de cineastas de distintas generaciones como Robles Godoy, Francisco Lombardi, José Carlos Huayhuaca, Augusto Tamayo, Chicho Durant, Daniel Rodríguez, Los hermanos Vega, Jonathan Relayze, entre otros. Sin embargo su aporte al cine peruano también es destacable en cuanto a su propia obra como directo”, dijo en su cuenta Facebook el cineasta peruano Ronald García.

Más allá de los premios, su legado se encuentra en su inquebrantable amor por el cine. Una lucha contra el tiempo para preservar la memoria a través de lo audiovisual. No buscó grandes producciones ni la comodidad de la industria; su cine fue artesanal, de observación paciente, un testimonio de lo que el Perú era y podía ser.
Tras su partida, queda la pregunta de si alguien recogerá el testigo, si habrá quien filme el Perú que él vio. Aunque siempre sus obras estarán ahí, esperando ser descubiertas para que alguien las proyecte en la penumbra de una sala, donde los que aún creen en las imágenes se dejen iluminar por la mirada de un hombre que, sin haber nacido aquí, filmó este país como si fuera suyo. Porque así lo era.