Dos astronautas estadounidenses dejaron la Tierra en junio esperando pasar ocho días en la Estación Espacial Internacional (EEI). Pero, tras los temores de que su nave espacial Boeing Starliner no fuera segura para retornar, la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio de EE.UU. (NASA) retrasó la vuelta de Suni Williams y Butch Wilmore hasta 2025.
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Ambos comparten ahora un espacio del tamaño de una casa de seis habitaciones con otras nueve personas.
Williams lo llama su “lugar feliz” y Wilmore dice que está “agradecido” de estar ahí.
¿Pero cómo se siente realmente estar a 400 kilómetros sobre la Tierra? ¿Cómo se lidia con compañeros de tripulación complicados? ¿Cómo se hace ejercicio y se lava la ropa? ¿Qué se come y, más importante, cuál es el olor del espacio?
En conversación con la BBC, tres exastronautas revelan los secretos para sobrevivir en órbita.
Cada cinco minutos del día de los astronautas los organiza la misión de control en la Tierra.
Se despiertan temprano. Cerca de las 6.30 -hora de Greenwich (GMT)-, los astronautas emergen desde los dormitorios, del tamaño de una cabina telefónica, en el módulo Harmony de la EEI.
“Tiene el mejor saco de dormir del mundo”, dice Nicole Stott, una astronauta estadounidense de la NASA que pasó 104 días en el espacio en el marco de dos misiones, una en 2009 y otra en 2011.
Los compartimentos tienen computadoras portátiles para que la tripulación pueda estar en contacto con su familia y un rincón para objetos personales como fotografías y libros.
Los astronautas pueden luego usar el baño, un compartimento pequeño con un sistema de succión. Normalmente el sudor y la orina son reciclados como agua apta para beber, pero una falla en los sistemas de la EEI ha obligado a la tripulación a almacenar la orina.
Posteriormente, los astronautas van a trabajar. Labores de mantenimiento o experimentos científicos les llevan la mayor parte del tiempo en la EEI, estación que es aproximadamente del tamaño del Palacio de Buckingham o de una cancha de fútbol americano.
“Por dentro son como muchos autobuses concatenados. En medio día puede que no veas a nadie más”, explica el astronauta canadiense Chris Hadfield, comandante de la Expedición 35 en 2012-2013.
“La gente no va deprisa por la estación. Es grande y tranquila”, dice.
La EEI tiene seis laboratorios dedicados a experimentos y los astronautas usan monitores cerebrales, cardíacos o sanguíneos para medir su respuesta a un ambiente que es físicamente desafiante.
“Somos como ratas de laboratorio”, dice Stott. “El espacio acelera el proceso de envejecimiento de huesos y músculos y los científicos pueden aprender de ello”.
Si los astronautas pueden, trabajan más rápido de lo que la misión de control puede prever.
Hadfield explica: “Tu reto consiste en encontrar cinco minutos libres. Yo me acercaba a la ventana para ver pasar algo. O componía música, hacía fotografías o escribía a mis hijos”.
A unos pocos afortunados se les pide hacer una caminata espacial, cambiando la EEI por el vacío espacial exterior.
Hadfield ha hecho dos. “Esas 15 horas afuera, con nada más entre el universo y yo que mi visor de plástico, fueron tan estimulantes y de otro mundo como cualquier otra experiencia de 15 horas en mi vida”.
Pero ese paseo también puede introducir algo novedoso a la estación espacial: el “olor espacial” metálico.
“En la Tierra tenemos montones de olores diferentes, como la ropa recién salida de la lavadora o el aire fresco. Pero en el espacio solo hay un olor y nos acostumbramos a él rápidamente”, explica Helen Sharman, la primera astronauta británica, quien pasó ocho días en la estación espacial soviética Mir en 1991.
Los objetos que van al exterior, como un traje espacial o un kit científico, se ven afectados por la fuerte radiación del espacio.
“La radiación forma radicales libres en la superficie y ellos reaccionan con el oxígeno que hay en el interior de la estación, generando un olor metálico”, dice.
Cuando volvió a la Tierra, ella valoró mucho más sus experiencias sensoriales. “No hay clima en el espacio, no hay lluvia cayendo sobre tu cara o viento en tu pelo. Ahora valoro esas experiencias mucho más”, señala 33 años después.
Entre las jornadas de trabajo, los astronautas que pasan largas temporadas en el espacio deben hacer dos horas de ejercicio diarias. Tres máquinas diferentes ayudan a contrarrestar el efecto de la gravedad cero, el que reduce la densidad ósea.
El Dispositivo Avanzado de Ejercicio Resistivo (ARED, por sus siglas en inglés) es bueno para hacer sentadillas, peso muerto y remo, ejercicios que trabajan todos los grupos musculares, dice Stott.
Los tripulantes usan dos cintas de correr, a las que deben atarse para no salir flotando, y un ergómetro de bicicleta para entrenamiento de resistencia.
Pero todo ese ejercicio genera un montón de sudor, advierte Stott, lo que lleva a una cuestión muy importante: el lavado.
“No tenemos lavandería, solo agua que se forma en gotas y algo de jabón”.
Sin gravedad que haga correr el sudor del cuerpo, los astronautas quedan cubiertos en una capa de sudor, “mucho más que en la Tierra”, explica.
“Sentía que el sudor crecía en mi cuero cabelludo. Tenía que pasarme un hisopo por la cabeza. No querrías sacudirlo porque saldría volando por todas partes”.
Esas ropas se ensucian tanto que tienen que ser desechadas en un vehículo de carga que se quema en la atmósfera.
Pero sus ropas de uso cotidiano se mantienen limpias, señala.
“En gravedad cero, la ropa flota sobre el cuerpo, así es que los aceites corporales y todo lo demás no le afectan. Tuve un solo pantalón durante tres meses”, expone.
En cambio, la comida era el mayor peligro. “Alguien abría una lata, por ejemplo, de carne y salsa”, relata, “y todo el mundo estaba alerta porque salían pequeñas bolas de grasa”.
“La gente flotaba hacia atrás, como en la película Matrix, para esquivar las bolas de jugo de carne”.
En cierto punto, otra nave puede llegar con nuevos tripulantes o suministros de alimentos, ropa y equipamiento. La Nasa manda algunas al año. Llegar a la estación espacial desde la Tierra es “asombroso”, dice Hadfield.
“Es un momento que te cambia la vida cuando miras la EEI en la eternidad del universo; ves esta pequeña burbuja de vida, un microcosmos de creatividad humana en la oscuridad”, afirma.
Después de un duro día de trabajo es tiempo de cenar. La comida es mayormente reconstituida y se encuentra en paquetes que se separan en diferentes compartimentos por nación.
“Era como comida de camping o raciones militares. Era buena, pero podría ser más sana”, dice Stott.
“Mi favorito era el curry japonés o los cereales y sopas rusas”, agrega.
Las familias envían a sus seres queridos paquetes de comida extra. “Mi marido y mi hijo eligieron pequeños caprichos, como jengibre cubierto de chocolate”, explica.
La tripulación comparte la comida la mayor parte del tiempo.
Los astronautas son preseleccionados por atributos personales -tolerantes, relajados, tranquilos- y entrenados para trabajar como un equipo. Eso reduce la probabilidad de conflicto, explica Sharman.
“No se trata sólo de aguantar el mal comportamiento de alguien, sino de denunciarlo. Y siempre nos damos metafóricas palmaditas en la espalda para apoyarnos mutuamente”, afirma.
Y al final, la cama nuevamente, y tiempo para descansar después de un día en un ambiente ruidoso (los ventiladores funcionan constantemente para dispersar las bolsas de dióxido de carbono para que los astronautas puedan respirar, por lo que es tan estridente como una oficina muy ruidosa).
“Podemos dormir ocho horas, pero la mayoría de la gente se queda pegada a la ventana mirando a la Tierra”, afirma Stott.
Los tres astronautas hablaron acerca del impacto psicológico de ver su planeta a 400 km en órbita.
“Me sentí muy insignificante en la inmensidad del espacio”, dice Sharman. “Ver la Tierra con tanta claridad, los remolinos de nubes y los océanos, me hizo pensar en las fronteras geopolíticas que construimos y en cómo en realidad estamos completamente interconectados”.
Stott dice que le encantó vivir con seis personas de diferentes países “haciendo este trabajo en nombre de toda la vida en la Tierra, trabajando juntos, averiguando cómo hacer frente a los problemas”.
“¿Por qué no puede ocurrir lo mismo en nuestra nave espacial planetaria?”, se pregunta.
Eventualmente todos los astronautas deben dejar la EEI, pero estos tres dicen que volverían sin pensarlo.
No entienden por qué la gente piensa que los astronautas de la Nasa Suni Williams y Butch Wilmore están “atrapados”.
“Soñamos, trabajamos y nos entrenamos toda la vida esperando una estancia prolongada en el espacio”, dice Hadfield. “El mayor regalo que se le puede hacer a un astronauta profesional es permitirle quedarse más tiempo”.
Y Stott dice que al abandonar la estación pensó: “Van a tener que tirar mis manos arañando de la escotilla. No sé si voy a poder volver”.