Un reciente artículo de Ricardo Romero (“Gestión”, 13/11/2024) traza el camino del APEC y el impacto de la participación del Perú en este foro, iniciado en 1998. Su balance es promisorio y el llamado de Romero coherente con este: presentar la mejor cara del Perú para fortalecer la posición de nuestro país en el mundo.
Debe recordarse que es la tercera vez que el Perú organiza la cumbre. Los gobiernos de Alan García y Pedro Pablo Kuczynski, en el 2008 y el 2016, respectivamente, tuvieron un encargo similar, aunque en momentos políticos distintos: García estaba posicionado como un promotor del libre comercio y Kuczynski aún no dejaba de ser el gobernante de lujo que rápidamente deslució.
Además, otra coyuntura política particular vinculó al país con el APEC: el viaje que emprendió Alberto Fujimori en el 2000 a la cumbre de Brunéi. Como se recuerda, desde ahí Fujimori viajó a Japón, donde renunció y se reinventó como súbdito del emperador japonés.
El país que recibe hoy a la cumbre es distinto al de las dos ocasiones previas: Boluarte es la presidenta más impopular de la historia y enfrenta crecientes presiones, incluyendo la anunciada (aunque aparentemente atenuada) conflictividad social de estos días. Por si fuera poco, la presencia de los principales líderes globales se ha anunciado a cuentagotas.
Así, lo que en el pasado fue una fiesta de la integración del Perú con el mundo, hoy ha pasado a ser una incómoda ocasión, en la que el anfitrión quiere ocultar debajo de la alfombra todos los problemas que ha ido echándose encima.
De ello forma parte el sinsentido de querer contener la protesta llamando “traidores” a quienes osen plegarse a ella o el absurdo de decretar la educación no presencial en Lima y Huaral. Como si los feriados que el Congreso ha aprobado en los últimos tiempos no fueran suficientes, ahora el Ejecutivo contribuye con su porción de daño económico.
Como si lo anterior fuera poco, la misma semana en que se inicia el foro se anuncia la recomposición del directorio de Petro-Perú, que tiene al frente a alguien que, seguramente, irá en contra de lo que la sensatez financiera señala. Ni qué decir de la nueva gerencia general.
El Gobierno iniciaba el año con tres hitos relevantes, dos históricos y uno económico. El bicentenario de la Batalla de Junín fue claramente dilapidado y muy probablemente ocurra lo mismo con el de Ayacucho. En el caso del APEC, al menos desde el frente político, pareciera que el país ha tomado un rumbo de colisión frente a lo que Romero aspiraba.
Por último, el Gobierno pareciera haber optado por refugiarse en sus más básicos instintos por responder a clientelas particulares, como si se entercara en ahondar su creciente aislamiento. A apechugar no más.