Por supuesto, conversé con Neuhaus y se desentendió de lo dicho por Mufarech a quien tiene por “alguien que ayuda con la captación de afiliados”. Sobre Chiabra, solo tiene entendido que es amigo de Mufarech, no que sea para el PPC la última esperanza blanca del 2026. “Todavía es muy temprano, ahora no discutamos, vamos a ver cómo se desarrollan las cosas” me dice. Cuenta que replica a cada pepecista que se le acerca ansioso. También me cuenta, incluyéndose en la lista, que ya hay precandidatos presidenciables para participar en las internas cuando llegue la hora: “Somos cuatro. Fernando Cillóniz, Óscar Valdez y Javier González Olaechea han aceptado ser precandidatos”. Pero, ¿siempre piensan en la posibilidad de una alianza?, repregunto. “En los 4 hay desprendimiento, pensamos en el país”, responde.
El presidente del PPC me dice que ve con buenos ojos la propuesta de Transparencia de plantear al Congreso, que aún puede hacer reformas legislativas para las próximas elecciones, que se permitan los ‘frentes presidenciales’. Esto significaría que cada partido mantenga su propia lista congresal y comparta la plancha presidencial. Hoy no es así pues las alianzas obligan a los aliados a formar una sola lista, lo que genera tensión con los muchos militantes que quedan fuera de la selección. Nadie sabe si esa u otra reforma prosperará en el plazo que tiene el Congreso (un año antes de las elecciones) para variar reglas electorales, así que es muy probable que algunos partidos de derecha y centro acuerden un ‘sancochado’ –PPK dixit- a la antigua.
Viejos aliados
La alianzas hunden sus raíces en la historia pepecista. Luis Bedoya Reyes, antes de fundar el Partido Popular Cristiano en diciembre de 1966 como una escisión del Partido Demócrata Cristiano, ya era amigo del presidente Fernando Belaúnde y de su partido Acción Popular. Fue breve ministro de Justicia de Belaunde en 1963 mientras se preparaba para ser el primer alcalde de Lima elegido por sufragio popular. En ese afán lo respaldó Belaúnde que fue el arquitecto de la democracia municipal tal como hoy la conocemos. Terminada la dictadura militar, el PPC postuló a la presidencia con Bedoya. Tras su derrota, estableció una alianza de gobierno que incluyó cuotas en el gabinete del triunfante AP. Es lo más cerca que ha estado del poder.
En 1985, Alan García arrasó con las aspiraciones pepecistas. En 1990, el PPC participó de una gran alianza de derecha, la del Fredemo. Su líder, Mario Vargas Llosa, fue derrotado pero dejó una buena legación parlamentaria en la que el PPC llevaba la batuta. Precisamente eran dos pepecistas, Felipe Osterling y Roberto Ramírez del Villar, quienes presidían las cámaras de senadores y diputados cuando Fujimori disolvió el Congreso el 5 de abril de 1992. Al final del Fujimorato, los pepecistas lanzaron a Lourdes Flores como cabeza de una alianza que, en el 2001 y en el 2006, se quedó en la primera vuelta. Desde entonces, el PPC sobrevive de una alianza a otra. En el 2011 fueron aliados de PPK y apenas consiguieron escaños. En el 2016 se aliaron al APRA y solo saltaron la valla 5 apristas. Aunque sin representantes, al menos mantuvieron su inscripción por un quinquenio más. La perdieron el 2021, a pesar de que recibieron una oferta muy tentadora: aliarse con APP si Neuhaus iba en la plancha debajo de César Acuña. Era un plan tentador: la solidez regional de APP buscaba un ancla en su flanco más débil, Lima. Pero a un ala del partido, quizá con un tufo de clasismo limeño, no le gustó la idea y fueron con Alberto Beingolea a una derrota segura. Neuhaus tampoco se mostró interesado. Acuña, solo, saltó la valla con 15 escaños. El PPC perdió su inscripción y ha tenido que bregar duro para conseguir recuperarla el pasado mayo. Y no van a perderla así nomás.
Pudo ser Añaños
Lourdes Flores, la última vez que la entrevisté, me dijo que el PPC va a construir la gran alternativa al fujimorismo. En ese momento, Alberto Fujimori estaba vivo y había dejado correr la volada de su postulación. Ahora que está muerto, no tendría porqué cambiar la posición de Lourdes, pero podría cambiar la de Fuerza Popular si Keiko decide no postular. En ese caso, el fujimorismo estaría en ascuas y el PPC –como otros tantos partidos nuevos y viejos en el centro y la derecha- podrían considerar una alianza con esa fuerza repartida en casi todas las regiones. Pero, como me dijo Neuhaus, aún es temprano como para desvivirse por la búsqueda del aliado o tomarse en serio los llamados de Rafael López Aliaga cuando dijo que había hablado con él y con Carlos Añaños para construir esa alianza de derecha formada por quienes prefieren no llamarse de derecha (en la izquierda existe similar reticencia semántica).
A propósito de Carlos Añaños, el magnate ayacuchano de Kola Real y el Grupo Aje (al que renunció para dedicarse a la política), hay una historia por contar con detalles que me ha proporcionado una fuente cercana a él. Añaños había renunciado a Avanza País, partido con varias cabezas inquietas y ambiciosas que desbordaba sus planes de una campaña presidencial ordenada a su medida. La ex procuradora Julia Príncipe fue quien entregó a Aldo Borrero, presidente de Avanza, las cartas de renuncia del ayacuchano y la suya. Añaños encontró en Perú Moderno, partido de flamante inscripción fundado por Wilson Aragon (dueño de la fábrica Santa Catalina que produce las célebres frazadas ‘tigre’), el espacio para llevar a cabo esa campaña segura. Para eso, Príncipe, además de su brazo derecho, se convirtió en el filtro de calidad para revisar los perfiles de los miembros de la directiva y los posibles candidatos al Congreso.
Algunos acuerdos políticos se frustran no por el choque de cabezas con egos inflamados, sino por desencuentros entre sus brazos derechos. Según el relato que oí, Príncipe objetaba a mucha gente captada por el partido. Ahora bien, Perú Moderno no se había entregado a Añaños cual vientre de alquiler; sino que había establecido un acuerdo que permitía al ayacuchano un buen margen de maniobra. César Ramos Hume, un ex nacionalista que se convirtió en brazo derecho de Aragón, promovió el ingreso de gente que a Príncipe pareció impresentable. Ramos, incluso, promovió un cambio estatutario que restó poder de veto a los añañistas. Sin duda, según mis fuentes, hubo turbias captaciones; pero también es cierto que Príncipe y Añaños se dejaron influenciar por información sesgada y de dudoso origen publicada en redes, para llevar a cabo una pequeña caza de brujas. El ayacuchano, impaciente, fue a desayunar a casa de Aragón a exigirle orden en el partido. Aragón le dijo que con Príncipe no iban a ningún lado y llegaron a una conciliación: que Ricardo Márquez, ex vicepresidente de Fujimori y líder empresarial, se encargue de las captaciones. Márquez se tomó las cosas sin prisa mientras la tensión volvía a aumentar. Añaños y su gente decidieron renunciar antes del 7, el ‘deadline’ de renuncia y afiliación a otros partidos, para los que querían postular a regionales y municipales. La renuncia de Añaños fue entregada directamente al JNE. Si la hubiera entregado a Aragón, este hubiera podida retenerla hasta después del 7 y recomponer el acuerdo. Carlos Anderson, que entró al partido por incitación de Añaños, no ha renunciado y se perfila como la carta de Perú Moderno para el 2026.
Un par de candidatos pasará a la segunda vuelta; algunos candidatos saltarán la valla, tendrán bancada y se quedarán en la primera vuelta; una cantidad mayor perderá sin ganar un solo escaño. Pero hay candidatos como Añaños que ni siquiera llegarán a ese descarte, que abortan por falta de paciencia y experiencia, por no rodearse de un entorno equilibrado y conciliador y, también, porque los partidos en el Congreso, astutamente, legislaron para que adelantar los plazos y provocar que los nuevos partidos sean víctimas del apuro. El Congreso, si quisiera, podría cambiar los plazos hasta el 2025, un año antes de las elecciones, y así permitir que Añaños postule con el PPC u otro partido. Pero no querrá hacerlo pues solo busca el beneficio de los partidos con bancada. La campaña no empieza y ya tenemos una baja. Tiene razón Neuhaus cuando pide a sus bases no apurarse.