La historia que escribió la selección peruana de béisbol en los Juegos Bolivarianos Lima–Ayacucho 2025 no se mide solo en resultados, sino en sacrificios, convicción y fe. Cuatro victorias consecutivas, una semifinal ganada nada menos que ante Venezuela -potencia histórica y favorita- y una medalla de plata frente a Colombia marcaron un antes y un después para un equipo que durante años compitió en silencio, fuera de los reflectores, pero nunca lejos de ese sueño que están consiguiendo.
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Detrás de esta hazaña hay un nombre que resume perseverancia y compromiso: Juan Carlos Perozo. Nacido en Venezuela, llegó al Perú en 2015 y dos años después se sumó a la Federación Peruana de Béisbol como voluntario en un proyecto de béisbol femenino. Ocho años más tarde, tras pasar por los roles de asistente, entrenador principal y finalmente mánager,
Es el conductor de una selección que aprendió a creer. Desde el año pasado asumió oficialmente la dirección del equipo mayor y en 2025 decidió cambiar algo más profundo que un sistema de juego: la mentalidad.
“Esta medalla la estábamos esperando desde hace muchos años”, confiesa Perozo. “Desde enero trabajamos con una sola consigna: dar el 100%. No importaba el rival ni el resultado”. Y esa idea caló. Perú le ganó a Venezuela, estuvo a punto de imponerse a Colombia en la final y, sobre todo, entendió que ya no existen gigantes inalcanzables. “Ahora los chicos creen que pueden contra cualquiera. Ya Perú no tiene rival grande”, dice el mánager, con la voz de quien sabe que algo se rompió para siempre, pero esta vez para bien.
El equipo es también un reflejo de lo que hoy es el béisbol peruano: diverso, migrante, resiliente. De los 24 jugadores, 18 nacieron en Perú; cuatro nacieron en Venezuela, hijos de padres peruanos; uno nació en Venezuela con padre estadounidense y madre peruana; y otro es venezolano nacionalizado peruano. Y otros pertenecen a la comunidad japonesa que se alberga en el club AELU. Todos, sin excepción, defienden la misma camiseta con idéntico orgullo.
Ese orgullo se tradujo incluso en gestos que quedarán para la anécdota. Antes del torneo, Perozo lanzó una promesa al vestuario: si ganaban un partido, se pintaría el cabello. Ganaron uno, luego otro, después otro más. “Cuando llegó el tercer triunfo, trajeron gente y me tiñeron de amarillo como ellos. Después vino el cuarto. No estaba en los planes, pero el plan siempre fue dar el 100%”, recuerda entre risas. La alegría también es parte de la historia.
Pero nada de esto fue fácil. El béisbol peruano es amateur. Los jugadores no viven del deporte. Estudian, trabajan, son padres de familia, emprendedores. Algunos se levantan a las cinco de la mañana para ir a la universidad, luego al trabajo y recién después entrenar. El cambio de escenario de la Videna a Villa María del Triunfo implicó viajes de hasta una hora y media. “Nadie ve eso, nadie sabe que existen, pero están ahí, trabajando por sus sueños”, enfatiza Perozo.
El sacrificio no fue solo de los jugadores. El propio mánager tuvo que asumir roles que no le correspondían: gestión, gerencia e incluso inversión económica personal. “Si tenía que poner un extra para lograr el resultado, lo hacía. Ellos debían verlo, porque nosotros tenemos sueldo, ellos no. Para ellos siempre hay que evaluar costo-beneficio de pertenecer a la selección”, explica. Esa coherencia, ese ponerse al mismo nivel, terminó de soldar al grupo.
Desde 2017, Perozo apostó por un trabajo integral: acceso a gimnasio, alimentación, albergue, apoyo psicológico. Incluso se formó en psicología al detectar que el principal problema del equipo era mental: no se la creían. Amplió horarios, entrenó de lunes a domingo, abrió todas las ventanas posibles para que cada jugador pudiera cumplir. “La clave fue el sacrificio”, resume.
La medalla de plata no es una meta, sino un punto de partida. “Estos Bolivarianos pueden ser un quiebre en la historia del béisbol peruano, pero hay que manejarlo con cuidado. Desde ahora tenemos que estar siempre entre los tres primeros”, advierte el DT. También espera que este logro permita acceder a beneficios del IPD, una ayuda económica que podría cambiarlo todo, aunque también elevar la responsabilidad.
Esa esperanza la comparte Ken Shihara, uno de los símbolos del equipo. Lleva 22 años consecutivos en la selección mayor y juega béisbol desde los ocho. “Representar al Perú es un orgullo y un privilegio. Cada llamado me motiva”, afirma. Para él, la medalla de plata es el premio a años de renuncias y esfuerzo colectivo. “Esperamos que sea el punto de quiebre. El próximo año la Federación cumple 100 años y ojalá lleguemos con más apoyo y grandes participaciones en 2026”.
La selección peruana de béisbol no solo ganó una medalla. Ganó respeto, visibilidad y, sobre todo, confianza. En Lima y Ayacucho se sembró algo más grande que un resultado: la certeza de que, incluso desde el amateurismo y el anonimato, también se puede hacer historia.













