Existe actualmente un riesgo existencial que Estados Unidos no puede ignorar y es que enfrentan una paradoja estratégica sin precedentes: mientras lidera la revolución de la inteligencia artificial (IA), depende críticamente de una cadena de suministro controlada por su principal rival geopolítico. Es sabido que China domina el 70% del procesamiento global de minerales críticos y posee capacidades de refinación (90% actualmente) que Occidente tardará más de una década en replicar. Esta vulnerabilidad no es meramente económica, es una amenaza directa a la seguridad nacional estadounidense.
Cada centro de datos de IA, cada vehículo eléctrico, cada sistema de defensa avanzado depende de litio, cobre, tierras raras y grafito. Si Beijing decidiera restringir exportaciones en un escenario de crisis geopolítica, la economía estadounidense enfrentaría un colapso tecnológico inmediato. China ya utilizó esta palanca en el 2010 al restringir tierras raras durante tensiones con Japón. La diferencia ahora es que la dependencia occidental se ha multiplicado exponencialmente.
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La concentración de procesamiento en China crea un punto único de falla catastrófico. Diversificar proveedores de mineral bruto no resuelve el problema si todo debe refinarse en Shenzhen. Washington lo sabe, y por eso Sudamérica se ha convertido en el teatro más importante de la competencia geopolítica del siglo. Esta coyuntura representa una oportunidad histórica; la mayor transferencia de poder económico desde el auge petrolero de los años 70. Pero con una diferencia crucial: los minerales de la transición energética no son agotables en décadas, sino en siglos. Analizando la envergadura del potencial sudamericano, vemos que Bolivia posee las mayores reservas de litio del planeta y, junto con Chile y Argentina, forman el “triángulo del litio”; Perú lidera en cobre; Brasil y Paraguay albergan tierras raras estratégicas.
Sin embargo, la región está repitiendo el error histórico del extractivismo: exportar materia prima barata mientras el valor agregado se captura en Asia. Actualmente, Sudamérica vende litio bruto a 15-20 dólares/kg, pero el carbonato de litio procesado alcanza 80-100 dólares. Las baterías completas superan los 400 dólares por kWh. La región está capturando menos del 5% del valor de su propia riqueza geológica y eso debe cambiar.
Peor aún, la infraestructura que sostiene esta extracción ha sido financiada estratégicamente por China a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Puertos, carreteras mineras, plantas procesadoras: la infraestructura crítica de Sudamérica tiene hipotecas en yuanes y cláusulas que amarran suministros futuros a compradores chinos.
La emancipación sudamericana no ocurrirá por decreto ni retórica nacionalista. Requiere una estrategia económica coherente basada en tres pilares: primero, integración regional del procesamiento. Bolivia, Chile y Argentina deben establecer una corporación trinacional de litio que controle toda la cadena, desde extracción hasta producción de cátodos. Similar a como Airbus unió capacidades europeas para competir con Boeing, el “Triángulo del Litio” debe funcionar como un solo actor geopolítico. Ningún país sudamericano tiene economía de escala individual; unidos, controlan el 60% del litio mundial.
Segundo, alianza estratégica con Occidente bajo términos sudamericanos. Estados Unidos y Europa necesitan urgentes alternativas a China, pero Sudamérica no puede repetir relaciones extractivistas del pasado. La fórmula: acceso garantizado a minerales procesados a cambio de transferencia tecnológica real, inversión en manufactura avanzada y acceso preferencial a mercados occidentales para productos terminados. No caridad, sino comercio estratégico mutuamente beneficioso.
Tercero, sustitución sistemática de infraestructura china. Sudamérica debe refinanciar proyectos estratégicos con capital occidental y japonés, incluso a costos iniciales más altos. La soberanía tiene precio. Brasil lo demostró recientemente al rechazar participación china en subastas de litio, priorizando socios occidentales pese a ofertas monetarias superiores de Beijing.
Pero la ventana de oportunidad no es infinita. China está invirtiendo agresivamente en tecnologías de reciclaje de baterías y sustitutos sintéticos. Para el 2030 podría reducir su dependencia de litio primario hasta un 30%. Simultáneamente, está asegurando minas en África y Australia como alternativas.
Sudamérica tiene aproximadamente cinco años para consolidar su posición antes de que la dinámica de mercado cambie. Si la región sigue exportando mineral bruto mientras China construye gigafábricas con tecnología de punta, habremos perdido el momento histórico.
La pregunta final no es si Sudamérica tiene los recursos para cambiar el equilibrio de poder global. Los tiene. La pregunta es si tendrá la visión estratégica y coordinación política para convertir geología en soberanía económica real. El litio puede ser la liberación definitiva del subdesarrollo, o simplemente otro capítulo de dependencia con un nuevo patrón. La decisión se toma ahora.
(*) Irma Montes Patiño es licenciada en Relaciones Internacionales de la George Washington University













