En los últimos diez años, el poeta y músico Alejandro Susti siguió la pista de Sebastián Salazar Bondy página por página. Por entonces, había la sensación de que se trataba de un autor a punto de ser olvidado. Sin embargo, su imagen recuperó su presencia tras recuperar sus textos de prensa, editar su poesía, publicar su correspondencia, y por supuesto, rescatar un texto fundamental como “Lima, la horrible” (1964). Ahora Susti publica “Denle de comer al olvido”, novela que se impuso en la última edición del Concurso de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro, y que significa para su autor el final de un largo asedio.
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Asumir la voz del escritor, si bien ha sido un reto para el autor, también es una práctica para la que se ha estado preparando todos estos años. Especialmente, como admite Susti, luego de transcribir alrededor de los 150 artículos periodísticos de Salazar Bondy y recopilarlos en el libro “La luz tras la memoria”. Ello le permitió familiarizarse con su prosa y con la manera de organizar sus ideas, nos explica. Luego, está su atenta lectura de la poesía, el teatro, las narrativa y los ensayos del autor de “Lima, la horrible”. Y, por supuesto, Susti se sirve de sus privilegios familiares: es esposo de la antropóloga Ximena Salazar, hija del escritor fallecido a los 41 años, en 1965.
Al inicio del proceso de escritura de la novela, Susti pensó escribir un relato biográfico, basándose en lo poco que se ha escrito sobre Salazar Bondy. Partió con solo datos informativos: fechas, nombres de personajes influyentes en su vida, lugares habitados y algún pasaje de su vida narrado por el propio autor.
Pero sentía necesitar una estructura. Y decidió entonces narrar en primera persona, hablar en su nombre, colocándose en la tumba donde reposa el escritor en el cementerio El Ángel, en el cuartel San Benito. En la piedra sobre ella está grabado el versos con el que cierra su libro Testamento ológrafo: “Da de comer al olvido con tan frágil manjar”. Así, desde la tumba, el escritor recuerda su vida. Y a partir de esta imagen nació la novela.
Inventar sobre Sebastián
“Decidí narrar su vida en primera persona. Colocarme la máscara de Sebastián”, explica Susti. Así, en los capítulos siguientes, combinando la primera persona con un narrador omnisciente, coloca a su personaje, un Sebastián melancólico, enamoradizo, idealista y algo ingenuo, en su determinante viaje a Europa. “Conforme avanzaba me venían a la memoria los detalles de su infancia: la primera casa familiar, su interés en el vals criollo y en compositores como Montes y Manrique, que seguramente fue una influencia de su padre, un próspero comerciante que murió cuando él tenía 9 años”, recuerda.
Asimismo, revisó fotos familiares, leyó textos inéditos, trabajó sobre textos de no ficción, autobiografías y libros de memorias. “Empecé a entender esos géneros. Entendí que en ellos el mismo biógrafo construye una historia de sí mismo al interior de la historia.
También hay ficción en la No-ficción”, afirma. Así, manteniéndose fiel a las matrices biográficas de su personaje, Susti se permite inventar relaciones románticas o anécdotas con amistades conocidas como Blanca Varela o Jorge Eduardo Eielson.
Una generación diversa
Por supuesto, novelar la vida de Salazar Bondy es también registrar como personajes a una constelación de notables creadores e intelectuales que formaron parte de la llamada Generación del 50, como pueden ser Eielson, Blanca Varela, Sologuren, Alejandro Romualdo, José María Arguedas o Mario Vargas Llosa. Y en “Denle de comer al olvido”, Susti nos muestra que hablamos de una generación mucho más diversa de lo que se suele pensar.
“Fue una generación no solo prolífica, sino muy heterogénea, con un rango de edad altísimo. Va desde Eielson, que nació en 1924, hasta Vargas Llosa, del 36. Lo que une a esta generación es la experiencia del gobierno de Bustamante y Rivero, al que varios de ellos se vincularon a partir del vínculo con Jorge Basadre. Yo iba reconstruyendo mentalmente esta época, con el proyecto del Frente Democrático en 1945, una especie de coalición en la que participó el APRA, y cuya traición causó el derrumbe del gobierno en 1948”, explica. “La del 50 es una generación de frustraciones. Cuando lees ‘Lima la horrible’, adviertes cierto desengaño con la modernidad. Y yo sentía que una reflexión sobre su generación y de la época que le tocó vivir debía entrar en la novela”.
Vida reflejada en obra
Entre los recursos que desliza Susti en su ficción está la de sugerir cómo las experiencias de vida de Salazar Bondy se reflejan en sus textos. Una obra que se nutre de su vida cotidiana. Se advierte, por ejemplo, en un cuento icónico como “Volver al pasado”, en el que una chica redescubre la casa donde vivió su infancia y termina profundamente desencantada cuando descubre que en ella entonces opera un burdel y ella ha sido confundida como una aspirante para el meretricio.
La metáfora de lo que piensa Sebastián Salazar Bondy sobre Lima es evidente: aquella ciudad en la que crecimos vista entonces deteriorada y prostituida. Explica Susti: “En un ensayo, el investigador Willy Ludeña se pregunta cuál era la Lima de Sebastián. Y concluye que la ciudad que añora debe haber sido la de fines del siglo XIX. Así entiendes por qué su poesía y su narrativa está marcada por la melancolía y la pérdida.
Y hablando de pérdida, no se puede dejar de advertir cierto paralelo triste entre la vida de un Sebastián Salazar Bondy signado por el fracaso y la de un Vargas Llosa en meteórico ascenso. “En efecto, entre ambos hay un contraste inevitable: Vargas Llosa despegando y Salazar Bondy intentando y frenado por una enfermedad hepática que aborta toda posibilidad de proyecto”, señala Susti. Pero también pueden advertirse notables coincidencias entre dos autores vinculados por la admiración y el cariño.
Nótese los temas en los que coinciden: la visión desencantada por Lima, la admiración por la pensadora Flora Tristán, o el amor por el vals peruano. “Hay en ellos cierta tristeza compartida. El de Salazar Bondy fue un proyecto frustrado, como lo fue el de Valdelomar o Mariátegui. Escritores talentosos cuyas vidas se cortaron temprano por una tragedia. Vargas Llosa fue una especie de compensación, digamos, al lado trágico de nuestra literatura”, añade.











