Gustavo Petro es reconocido en su país por ser un ferviente difusor de noticias falsas. El presidente de Colombia es un usuario compulsivo de la red social ahora conocida como X. Suele publicar videos antiguos presentándolos como actuales, inventa asesinatos, confunde a actores porno con estudiantes destacados de física cuántica, presenta como reales imágenes generadas con inteligencia artificial, y difunde cifras inexactas. Es irresponsable con la información que divulga y prolífico para esparcir mentiras. Su falta de apego por la verdad también es conocida en el Perú, como aquella vez que dijo que Pedro Castillo estaba preso por ser “pobre y de izquierda”, pasando por alto que el proceso que afronta es por haber dado un golpe de Estado.
Un personaje con estas peculiaridades es idóneo para inspirar memes y caricaturas, pero no para tener en sus manos las riendas de un país. Representa un peligro no solo para su nación, sino también para los que lo rodean. Esta semana sus mentiras en redes sociales escalaron a un nivel de tensión diplomática. Acusó al Perú de haber “copado un territorio que es de Colombia y violado el Protocolo de Río de Janeiro”. Dos días después, trasladó sus embustes a la frontera al afirmar, desde Leticia, que Colombia “no reconoce la soberanía del Perú sobre la isla de Santa Rosa”.
Como muchos líderes acorralados por la impopularidad, Petro ha recurrido al desgastado recurso de inventar un enemigo externo para granjearse las simpatías de sus compatriotas. La maniobra no ha cuajado, pues diversos políticos de Colombia lo han acusado de orquestar un conflicto para desviar la atención de los problemas internos. En el Perú, en cambio, el rechazo a sus bravatas ha sido prácticamente unánime, con la vergonzosa excepción de la izquierda petrista local.
Con la tensión bilateral desatada, el desenlace de este innecesario conflicto que Petro ha fabricado es incierto. Es probable que el próximo capítulo vuelva a escribirse en las redes sociales.














