
El primer indicio del colapso social fueron las compras compulsivas –con cierta obsesión por el papel higiénico– y el acaparamiento casi absurdo de productos limpieza y protección en quienes no lo necesitaban. “Los guantes que costaban 11 soles pasaron a 85. Las máscaras empezaron a costar 450 soles cuando normalmente el precio era entre 65 y 80 soles”. Efraín Antícona, dueño de una funeraria en Lima, veía con preocupación cómo los equipos que necesitaba para entrar a los mortuorios encarecían de la noche a la mañana. Entre enero y febrero del 2020 ni siquiera habían casos confirmados del COVID-19 en el Perú, pero Efraín, con más de 15 años en el rubro de la muerte, sabía que si la enfermedad desbordaba él también sería primera línea y no tenía cómo protegerse.
La incertidumbre que anticipó a la pandemia no solo se reflejaba en la población sino también en las autoridades. ¿Cuánto se demorarían en tomar acciones? ¿Suspenderían los vuelos internacionales de países con muertes confirmadas? Mientras en los anaqueles comerciales desaparecían los jabones, el alcohol y las mascarillas, la entonces ministra de Salud Elizabeth Hinostroza declaraba que aún no era necesario cerrar fronteras y que el uso de mascarillas se limitaba al personal de salud.

“Los cinco hospitales que hemos destinado tiene personal suficiente para atender la emergencia”, decía el 26 de febrero para llamara a la calma. En 10 días se confirmaría el primer contagio oficial y marcaría el inicio de una enfermedad que causó la muerte de más de 220.000 peruanos en apenas tres años.
Hinostroza duró 13 días más en el cargo, la jefatura del Minsa pasó por otros 10 ministros entre el 2020 y el 2023 y las cinco olas de contagios golpearon con mayor fuerza a regiones como Loreto que al inicio luchaban con apenas 9 ventiladores mecánicos.
¿Cómo se llegó a una tragedia médica y social? Este es un recuento de los primeros días de pandemia y las acciones que llevaron a una cuarentena prolongada.
El caso cero
“No besarse cuando se saludan, no darse la mano innecesariamente y no pasarse el vasito de cerveza”. El 6 de marzo del 2020, día que se confirmó el primer caso de Covid-19 en el Perú, Ruben Mayorga, representante de la Organización Mundial de la Salud, resumía así lo que significaba la nueva “normalidad” para enfrentar una enfermedad que para entonces tenía apenas 65 días en el mundo y aún no era considerada pandemia.
Ese día, en un mensaje a la nación, el entonces presidente Martín Vizcarra confirmó que había detectado el primer caso de infección por el virus en un joven de 25 años con antecedentes de haber estado en España, Francia y República Checa. “Está garantizado el suministro de insumos para el control de infecciones, la adecuación de ambientes de aislamiento, así como el fortalecimiento de capacidades de profesionales en los diferentes centros hospitalarios […] Debemos tener calma y confiar en las capacidades de nuestro sistema de salud”, dijo. No hubo ni calma ni se garantizó el control del virus.

Del caso cero se sabía que era un joven que retornó al país el 26 de febrero luego de pasar vacaciones en Europa, que el 4 de marzo había empezado a tener síntomas y que en una clínica local le habían ordenado tratamiento domiciliario. Antes de que el presidente hablara a la nación, cinco médicos con equipos de protección personal de pies a cabeza llegaron a su casa para alertarlo de la nueva enfermedad. Él y sus ocho familiares fueron los primeros en pasar cuarentena por enfermedad en el país. Al final, solo tres de sus parientes no fueron infectados con el virus.

Cinco días después del caso cero, el gobierno decretó emergencia sanitaria por un plazo de 90 días calendario, ante el aumento de los casos de coronavirus, que para ese momento sumaban 17. Los aeropuertos seguían abiertos, pero se estableció aislamiento domiciliario por 14 días para las personas procedentes de Italia, España, Francia y China. Además, se suspendieron las clases escolares.

El 12 de marzo fue el turno de la suspensión de los espectáculos públicos. Se ordenó la suspensión de todos los eventos que convoquen a más de 300 personas. Por esa fecha se viralizó un video en el que un reportero de televisión consulta a los asistentes a una discoteca de Miraflores si tenían miedo a contagiarse. “Obviamente [el coronavirus llegó al Perú], pero a nosotros nunca”, dijo una de joven en la puerta de uno de los locales nocturnos. Ella tampoco sabía el impacto de lo que se estaba viviendo y días después ofreció disculpas por sus declaraciones.

La primera restricción de viajes internacionales se dio el jueves 13 de marzo. El gobierno suspendió el ingreso de los vuelos desde Europa y Asia, así como desde el Perú hacia dichos continentes, por un plazo de 30 días.
Aunque especialistas y la población pedían medidas más claras para evitar el ingreso de personas con síntomas, aún pasaron más de 10 días para que se anuncie el cierre de fronteras, cuarentena y la paralización de todas las actividades no esenciales.
Así informó El Comercio la evolución de casos durante marzo del 2020:
Se acabó la normalidad: el Perú entra en cuarentena
Domingo 15 de marzo, 8:06 de la noche en la avenida Javier Prado. Con la radio del auto a todo volumen, Carola Neyra intenta interpretar lo que acaba de escuchar decir a Martín Vizcarra en un Mensaje a la Nación transmitido en todos los medios: se cierran todas las fronteras, se declara inmovilización social, el Perú entra en estado de emergencia por el COVID-19. Ella, jefa del terminal aéreo en LAP, trata de pensar estrategias rápido mientras explota su chat laboral con preguntas sobre cómo afrontarían la cantidad de pasajeros que intentaría salir de Lima cuanto antes. En cuestión de horas, muchos quedarían atrapados en la cuarentena.
A 1.012 kilómetros de distancia, en Iquitos, el médico Jimmy Esteves ve en televisión el mismo mensaje y repasa en su mente el equipo disponible en el hospital para enfrentar el virus que pronto llegaría a su ciudad para competir con un dengue más agresivo que los últimos años: 2 ventiladores mecánicos y cero camas libres.
Esa noche, mientras el entonces presidente Martín Vizcarra anunciaba las nuevas restricciones para evitar contagios, millones de peruanos apenas asimilaban cómo cambiaría su vida. El exmandatario –que más tarde fue protagonista del escándalo de vacunación irregular conocido como ‘Vacunagate’– apareció en televisión a las 8 de la noche acompañado de todo el Consejo de Ministros, un representante de la Asamblea Nacional de Gobiernos Regionales y el presidente de la Asociación de Municipalidades del Perú. Para entonces, había 71 casos confirmados de COVID-19 en el Perú y tres días antes la OMS declaró a esta enfermedad como una pandemia. La segunda del siglo, después de la AH1N1 en el año 2009.
Las restricciones se contaban así: 15 días de aislamiento social obligatorio [al final fueron más de 100 días], cierre de fronteras, suspensión de transporte internacional, de transporte urbano y la intervención de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas para el cumplimiento de las medidas.
Aunque pasaron diez días desde el caso cero hasta el inicio de la cuarentena, Perú fue el primer país de América Latina que ordenó aislamiento obligatorio en un intento por frenar los contagios. Hasta ese momento, los contagios bordeaban los 200 casos y no había fallecidos. El jueves 19 de marzo todo cambió.

Tres en un día: la crónica del día que el Perú empezó a contar muertos
Cuando la policía rompió la puerta de su departamento, Eduardo ya estaba muerto. Tenía 69 años, estaba solo y falleció esperando que le confirmen si tenía COVID-19, esa nueva enfermedad que estaba causando graves estragos en Asia y Europa y que en Perú había provocado que, tres días antes, se declare cuarentena nacional. Afuera, en el frontis del edificio Santa Ana de Miraflores, su amigo Benjamín Lino confirmaba por qué no contestaba sus llamadas. Su última comunicación había sido un “no puedo respirar”.
Dos días antes, Eduardo, médico de profesión, había ido hospital Edgardo Rebagliati de Essalud para tomarse la prueba molecular porque presentaba síntomas de una infección viral intensa. Había estado en España recientemente, pero pese a los indicios, lo mandaron a su casa a esperar los resultados. En su departamento, solo, pidiendo ayuda porque su enfermedad aumentaba y el ansiado resultado de la prueba de Covid-19 que le permitiría acceder a un tratamiento, falleció.
Era el jueves 19 de marzo del 2020 y el país se enteraba de la tercera muerte por el coronavirus cuando todavía no asimilaba las otras dos.

Los tres casos tenían apenas unas horas entre sí y no quedaba claro quién había fallecido primero. Ante las cámaras de televisión, Benjamín reclamaba por la demora en la atención de su amigo. Antes de que el Ministerio de Salud (Minsa) confirmara que las muertes por coronavirus eran una realidad en el país, el rumor sobre un primer fallecido se acrecentaba en las redes sociales y salas de redacción en el cuarto día de emergencia nacional. Además del quién y dónde, el cómo era lo que más inquietaba. ¿Era un familiar del caso cero? ¿tuvo contacto con otras personas?
Para esa fecha, solo un compatriota que radicaba en el extranjero había muerto en España, donde las víctimas mortales pasaban el centenar y había más de 13.000 contagios. En el Perú, sin embargo, los casos positivos apenas eran 234. Ese jueves 19 de marzo, el entonces presidente Martin Vizcarra, en su pronunciamiento diario del mediodía, había confirmado que los casos aumentaban, pero llamaba a la calma.
A las 5:06 p.m., un tuit del Minsa confirmó la noticia. Un hombre de 78 con antecedentes de hipertensión arterial había muerto a las 3:00 p.m. tras pasar dos días internado en la unidad de cuidados intensivos del Hospital de la Fuerza Aérea del Perú. Esa tarde, Elizabeth Hinostroza hizo sus últimas declaraciones como ministra de Salud y explicó que la primera muerte correspondía a un caso de transmisión comunitaria.
Una hora después, a las 6:15 p.m., ocurrió la segunda muerte. Esta vez, la ministra no declaró. A las 8:51 p.m. del mismo día, otro tuit del Minsa, detallaba la muerte de un hombre de 47 años con antecedente de viaje a España, quien se encontraba internado en cuidados intensivos del Hospital Dos de Mayo. También confirmaba como una muerte por COVID-19 el caso de Eduardo.
Cuando las muertes empezaron, el Minsa no tenía un protocolo específico para atender los cadáveres de infectados. Sí había un documento técnico, emitido 12 días antes (el 7 de marzo, sobre la atención y el manejo clínico de los casos en el que se establecía que los cuerpos debían ser cremados y qué pasos seguir en caso de muerte en un hospital). No se decía nada sobre fallecimientos en viviendas o en la calle. Por eso, cuando tuvieron que recoger el cuerpo del hombre de 69 años hubo tal descoordinación que los vecinos esperaron varias horas para que se culmine el levantamiento.
El hallazgo del cuerpo ocurrió a las 6:15 de la tarde, aunque la muerte habría ocurrido horas antes. Sin embargo, recién a las 11 a.m. del día siguiente el cuerpo fue llevado a la morgue. Habían pasado al menos 17 horas desde su muerte.
Apenas tres horas después, Víctor Zamora juraba como Ministro de Salud en reemplazo de Hinostroza, con la promesa de multiplicar las camas UCI en un país que contaba con 255 camas para todo lo que se avecinaba. Ese fue el preludio de un duelo que, según cifras oficiales, causó 220.654 muertos y 4’558.489 personas contagiadas hasta el 8 de enero del 2024.