Mario Vargas Llosa es reconocido mundialmente por su obra literaria, pero su influencia trasciende las letras. Su papel en la política peruana y su participación en debates cruciales sobre la democracia en América Latina han dejado una huella imborrable. Ahora, esa otra faceta del Nobel es desvelada en “Vargas Llosa. Su otra gran pasión”, la primera biografía política del Nobel peruano, escrita por el abogado y ex primer ministro Pedro Cateriano y publicada por Editorial Planeta.
Basado en una meticulosa investigación, el libro se sustenta en documentos inéditos y fotografías de época, cuidadosamente recopiladas de la Bóveda del archivo de Vargas Llosa en la Biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton. Cateriano reconstruye el recorrido político del novelista: desde sus inicios en la célula comunista “Cahuide” de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pasando por su adhesión a la Revolución cubana —y el posterior distanciamiento al no encontrar en ella el socialismo en libertad que anhelaba— hasta su evolución ideológica hacia el liberalismo. El autor también examina la intensa campaña presidencial de los años 80, un episodio que, aunque no culminó en victoria, dejó un discurso electoral decisivo para la transformación económica del Perú.
Contado por un testigo directo y amigo cercano por cuatro décadas, Cateriano narra las múltiples batallas contra regímenes autoritarios, las controversias más encendidas y, sobre todo, la inquebrantable defensa de la cultura de la libertad por parte de Vargas Llosa, una lucha que continúa vigente.
La biografía estará disponible desde el jueves 6 de marzo, en todas las librerías a nivel nacional. La presentación oficial se realizará el martes 1 de abril en la UPC de San Isidro, con la participación del abogado Enrique Ghersi y la periodista Mávila Huertas.
Como adelanto exclusivo, presentamos el primer capítulo de esta fascinante obra, invitando a los lectores a adentrarse en la otra cara del Nobel.
C A P Í T U L O 1
Primeras reacciones contra el autoritarismo Muy tempranamente, desde que Mario Vargas Llosa empieza a tener uso de razón, su madre (Dora Llosa, la señora Dorita, como la llamaban cariñosamente) le dice que no tiene papá. Todas las noches, antes de dormir, Mario toma el retrato que está en el velador y, con inocente devoción, lo besa y se despide de quien —le han dicho— está en el cielo. Años atrás, Ernesto J. Vargas había abandonado abruptamente a su esposa Dora y a su hijo en camino, por lo que ella decidió convertirlo en una figura espectral. Ahora, con el pequeño Mario en brazos, Dora se ha ido a vivir con la familia Llosa a Cochabamba, Bolivia.
Aunque Vargas Llosa nació en Arequipa, vivió muy poco tiempo en esta ciudad. Pese a ello, nunca dejará de tener el sello arequipeño, forjado en la tradición, educación y cultura de la familia materna. Hablará el castellano remarcando la doble ele, tendrá los gustos gastronómicos del sur del Perú (el chupe de camarones se convertirá en su plato favorito), será tributario del carácter fuerte y decidido de los arequipeños, que en otras partes del país se conoce como nevada, y cultivará la herencia democrática de la región. Arequipa, donde han nacido ilustres juristas, es reconocida fundamentalmente por su férrea defensa del orden democrático y constitucional.
En las reuniones familiares en casa del abuelo Pedro Llosa Bustamante, en Cochabamba, Mario empieza a conocer y apreciar a Arequipa y sus insignes personajes. Y, entre ellos, a uno en particular: el tío José Luis Bustamante y Rivero, entonces embajador del Perú en Bolivia. Cuando este ocasionalmente viaja de La Paz a Cochabamba, se aloja en la casa de Pedro Llosa e incluso, como demostración de cercanía y afecto, le deja una propina al niño Mario. Vargas Llosa siempre recordará el respeto y la admiración que sus parientes le profesaban a Bustamante y Rivero.
Como hijo de arequipeños, me consta que ese aprecio a su figura no era exclusivo de la familia de Mario. A lo largo de los años, mi padre también lo inculcó en nuestra casa. Clara, mi mamá, le tenía un afecto especial, porque cuando su madre enviudó tempranamente, la ayudó a conseguir un trabajo.
Casualidades de la vida, al expresidente Bustamante y Rivero lo conocí cuando estaba por terminar el colegio. Mi padre lo había invitado a una muestra retrospectiva que organizó sobre la obra del prestigioso acuarelista y muralista arequipeño Teodoro Núñez Ureta. Recuerdo que llegó puntualmente a la exhibición. Su ingreso a la sala inmediatamente llamó la atención de todos. Su imagen coincidía con la descripción de sus admiradores: fino, de buenas maneras y dueño de una sobria elegancia. Lo rodeaba, además, una aureola de excelente reputación en el campo jurídico, no en vano había llegado a ocupar la presidencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Todo lo cual, por cierto, irritaba a militares como el dictador Juan Velasco. «El presidente Bustamante ha sido un luchador por la democracia y el más honrado que hemos tenido», me dijo mi padre al presentarnos.
En 1945, el tío José Luis, orgullo de la familia Llosa, resultó elegido presidente de la República. Había participado en las elecciones generales como candidato del Frente Democrático Nacional, con el apoyo del APRA. Una vez en el Gobierno, le ofreció a Pedro Llosa el consulado del Perú en Arica o la prefectura en Piura. Él declinó el cargo diplomático y optó por ir al cálido norte del Perú, en esa época, un bastión electoral del llamado «partido del pueblo» de Víctor Raúl Haya de la Torre. Este hecho tuvo un impacto inmediato en el resto de la familia. Todos, incluidos Dorita y Mario, se mudaron a esa ciudad, y él concluyó la educación primaria en el colegio Salesiano. Este fue su primer contacto directo y consciente con el Perú de todas las sangres, como lo llamaría el escritor José María Arguedas.
Alrededor de un año después de llegar a Piura, se produjo una inesperada y terrible conversación con su madre. Mario la recuerda así en su libro de memorias (Vargas Llosa, 1993, p. 9):
—Tú ya lo sabes, por supuesto —dijo mi mamá, sin que le temblara la voz—. ¿No es cierto?
—¿Qué cosa?
—Que tu papá no estaba muerto. ¿No es cierto?
—Por supuesto. Por supuesto.
Esta dramática noticia, que estaba muy lejos de haber sido anticipada por Mario, va a cambiar radicalmente su vida. Sus estudiosos sostienen que, a partir de ese momento, él empezaría a conocer de un modo directo lo que era el ejercicio autoritario. Él no lo afirma, pero en este hecho algunos identifican el germen de su rechazo visceral al autoritarismo.













