Los presidentes de México, Brasil y Colombia suelen decir que apoyan la democracia, pero lo cierto es que apuntalaron a una dictadura al ignorar el boicot diplomático de la mayoría de las democracias occidentales y enviar a sus representantes a la juramentación del dictador venezolano Nicolás Maduro para un nuevo mandato de seis años. En otras palabras, le dieron su bendición oficial al fraude electoral de Maduro.
Las actas de votación dadas a conocer por la oposición y certificadas como auténticas por los expertos muestran que el líder opositor Edmundo González Urrutia ganó las elecciones con el 67% de los votos, contra un 30% de Maduro. Pero el autócrata venezolano se proclamó ganador de todos modos, sin mostrar nunca las actas oficiales.
Es cierto que los presidentes de México, Brasil y Colombia no viajaron personalmente a Venezuela para la ceremonia de investidura, ni enviaron delegaciones de alto nivel. Sin embargo, ordenaron que sus respectivos embajadores estuvieran presentes, lo que equivalió a un reconocimiento oficial de la investidura de Maduro.
Entre los pocos dignatarios visitantes que asistieron a la investidura de Maduro se encontraban los dictadores de Cuba y Nicaragua.
En cambio, Argentina, Chile, el Perú, Paraguay, Ecuador, Panamá, Estados Unidos y España, entre otros, condenaron la reelección fraudulenta de Maduro y no enviaron a ningún representante al acto. Varios de ellos han reconocido a González Urrutia como presidente legítimo de Venezuela.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien recientemente afirmó que México “es el país más democrático”, argumentó que decidió mandar al embajador de México porque la Constitución de México establece la no intervención en los asuntos internos de otros países.
Fue una excusa patética. El artículo 89 de la Carta Magna de México exige al presidente seguir una política exterior guiada tanto por el principio de “no intervención” como por “el respeto, la protección y la promoción de los derechos humanos”. Sheinbaum optó por centrarse en el primer principio e ignorar el segundo.
Maduro no solo robó descaradamente las elecciones, sino que desde entonces ha desatado una ola masiva de represión. En los meses posteriores a las elecciones del 28 de julio, las fuerzas de seguridad de Maduro causaron “al menos 25 muertes, más de 2.000 detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas”, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, dijo que “Maduro debe explicaciones” sobre los resultados electorales del 28 de julio. Sin embargo, Lula también envió a su embajadora en Caracas a la ceremonia de juramentación, alegando que los problemas de Venezuela deben ser resueltos por los venezolanos.
De manera similar, el presidente colombiano, Gustavo Petro, admitió que las elecciones venezolanas “no fueron libres”, pero envió de todos modos a su embajador a la nueva juramentación de Maduro.
Reconocer a Maduro como el líder legítimo de Venezuela no es solo un error moral, sino un grave error estratégico de México, Brasil y Colombia.
Es probable que estos tres países estén entre los más afectados por la nueva ola de migración masiva de venezolanos que probablemente vendrá ahora, ya que la crisis económica de Venezuela empeorará con las nuevas sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea.
En una entrevista reciente, Machado me dijo que si Maduro juraba para un nuevo mandato, “tres, cuatro, cinco, seis millones más” de venezolanos abandonarán el país. Puede que ella no haya exagerado: ya se han ido casi ocho millones desde que Maduro asumió el cargo en el 2013, según cifras de las Naciones Unidas.
¿A dónde van a huir los venezolanos? Ahora que el presidente electo de EE.UU. Donald Trump promete cerrar la frontera de Estados Unidos, muchos irán a Colombia, Brasil y México.
En pocas palabras, los presidentes de México, Brasil y Colombia se acaban de disparar un tiro en el pie. Sus discursos a favor de la democracia quedaron en ridículo y sus países estarán entre los principales perjudicados por el descenso de Venezuela a una narcodictadura cada vez más represiva, con un pueblo más empobrecido.
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