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Entonces, a los 64 minutos, cuando Paolo sale para que ingrese Lapadula, y se va con ese rostro cansado del que sabe que ya no puede, pero no hay más, una sensación cruza esta redacción, y llega al WhatsApp y se extenderá -estoy seguro- toda la semana: los menos culpables de esta catástrofe son los jugadores. Paolo, que con 40 años tiene que seguir jugando aún con todas las operaciones. Advíncula, que es ídolo en Boca como extremo derecho pero en este equipo debe tirar hasta los corners de zurda o Zambrano, que estuvo semiretirado en este verano y hoy es más titular que nadie, porque ninguno de los 18 clubes de la Liga 1 produjo en cinco años un back de fiar. “Yo vengo aquí a poner la cara hasta que no me dé el cuerpo más”, dijo. Y es verdad.
La selección cayó 1-0 ante Argentina, que recién se enteró del partido en el segundo tiempo, que jugó pensando más en el ranking FIFA que podía perder -sino ganaba- con Francia, que en este Perú que tiene como única opción ofensiva una huachita de Sergio Peña. Ese es el dato. La verdad es otra: somos -porque no solo somos en la buena, deberíamos ser también en la mala- la peor selección de Sudamérica en todos los rubros: la más goleada, la menos goleadora, la peor en puntos, la única que solo ganó un partido. Y aunque es cierto que ninguno de los más de 50 jugadores citados durante el ciclo 2026 -incluyo a Reynoso y Fossati- ha jugado por encima de 6 puntos promedio, también es cierto que jamás se vieron fortalecidos por un proceso natural de crecimiento de otros jóvenes, sea por elección del técnico, por jerarquía, por formación. Y entonces, Perú es más que un equipo, un recuerdo, voluntades de otro planeta -el caso Sonne, quizá el único hallazgo del ciclo Fossati es para sociología- y el recuerdo de esos hermosos videos mundialistas de YouTube.
¿El partido? Esperamos en nuestro campo, a partir de esos tres mariscales que son Araujo, Zambrano y Callens, la única idea reconocible de esta gestión. Pero cinco metros más allá, cuando la tiene el primer volante -en Buenos Aires Jesús Castillo, en Lima con Chile Cartagena- se nubla, y entra en un nerviosismo tal que lateraliza todo, olvida el pase hacia adelante y lo peor, impide que la defensa respire. Así es más sencillo que, por agotamiento, caiga un gol. O un golazo, como la meda tijera de Lautaro Martínez a los 55 minutos. Ni diez Galleses lo sacaban.
Esta no es la crónica de un partido, que a esta hora de la noche se discute con crueldad en redes. Perú está anímicamente eliminado, sus posibilidades de anotar un gol no existen y su entrenador, Jorge Fossati, como dice su contrato, no continuará más allá de finales de la Eliminatoria. La radiografía de la derrota o si quieren, el análisis clínico de la campaña, es un proceso común entre los reporteros que tenemos más de 45 años. La normalidad no es Perú mundialista 2018. La verdad es esta. Y como no hay señales de que, por ejemplo, cambie el número de clubes que tiene un CAR propio para formar a sus menores -hoy son solo 5- o que esos mismos equipos le permitan una evolución natural a sus promesas -y no mantener a gloriosos generales de 40 años-, esto seguirá siendo triste hasta el final. Los jugadores no se ponen solos: se necesita de un proyecto, de dirigentes y entrenadores.
Estuvimos muy arriba, en las nubes. “Es posible, sí [que haya sido su último partido con Perú], pero no soy ningún cobarde, no voy a abandonar el barco”, dijo Paolo. Ahora hay que aguantar la caída.
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