Las elecciones de EE.UU. tienen un efecto en las economías de América Latina. Para el Perú, representan algo más que una simple transición: nos recuerdan lo expuestos que estamos a los movimientos de la economía más poderosa del mundo. Pero también traen a la mesa una pregunta esencial: ¿sabremos aprovechar el momento para reforzar nuestro papel en el mercado global? Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, y con mayorías republicanas en la Cámara de Representantes y el Senado, el escenario apunta a una mayor presión proteccionista. Lo vimos antes, cuando el lema “América primero” se tradujo en barreras que afectaron las exportaciones latinoamericanas. Para nuestro país, cuya economía está anclada en sectores como la minería y la agricultura, una política comercial más estricta desde EE.UU. podría ser un golpe directo. Si algo nos ha enseñado el mercado global en los últimos años, es que los países que dependen de un solo destino para sus exportaciones son los que más pierden. La inversión extranjera directa es otro frente crítico. El Perú ha sido un destino atractivo para el capital estadounidense y necesitamos ese flujo. Pero si el próximo gobierno promueve la repatriación de capitales para fortalecer su economía interna, no podemos depender de que los inversionistas de ese país sigan mirando hacia nuestros mercados. Necesitamos establecer condiciones claras y estables que hagan del Perú un destino competitivo globalmente, no solo para EE.UU. Si no ajustamos nuestras políticas para reducir la incertidumbre regulatoria, terminaremos perdiendo atractivo en un mundo que no nos espera.
El mercado financiero también seguirá de cerca la postura de la Casa Blanca. Durante la administración Biden, las bajas tasas de interés mantuvieron una corriente de liquidez hacia mercados emergentes, algo que el Perú aprovechó para financiar sectores estratégicos. La gran duda sobre el gobierno de Trump pasa por si va a implementar las medidas de austeridad que promovería Elon Musk tras ser designado encargado de la eficiencia en el gobierno, con tasas de interés moderadas, o si nos espera una farra fiscal, tasas de corto plazo muy bajas y una actitud de “será el problema del que viene”. Nuestra economía sigue vulnerable a los vaivenes de Washington y la diversificación en fuentes de inversión es un camino que ya no podemos postergar. A esto se suma el juego geopolítico entre EE.UU. y China. América Latina, y especialmente el Perú, se ha vuelto un terreno de disputa entre las dos grandes potencias, con inversiones chinas que se expanden en sectores como la minería y la infraestructura. Un segundo mandato de Trump probablemente acentuaría la presión para que los países de la región limiten la influencia china. Para el Perú, el desafío es claro: necesitamos a ambos, pero debemos evitar comprometer nuestra autonomía por inclinarnos demasiado hacia un solo lado. Nuestras reservas de cobre y otros minerales nos colocan en una posición importante. Sin embargo, mantener ese equilibrio no es sencillo cuando las presiones vienen de todos lados y nuestras decisiones podrían repercutir en el ámbito regional.
En este contexto, actuar como bloque regional sería la respuesta lógica, pero la integración latinoamericana sigue siendo más una promesa que una realidad. La Alianza del Pacífico debería ser una plataforma fuerte y eficaz para negociar como un bloque unido, pero rara vez la aprovechamos en su total dimensión. América Latina necesita, más que nunca, una postura unificada que permita defender sus intereses frente a las potencias. Si nuestros países lograran alinear sus objetivos económicos y comerciales, podríamos negociar desde una posición de mayor poder.
Entonces, ¿cuál es el camino por seguir? No hay tiempo que perder, necesitamos una política exterior activa, flexible y, sobre todo, con visión de futuro. Las decisiones que se tomen en Washington podrían redefinir el flujo de capital y el comercio global, y el Perú no puede darse el lujo de quedarse como espectador.