Hoy en día pocos dudan que hacia el 2026 se dispondrá de un entorno particularmente retador. Son tres los elementos que lo explicarían: la potencial vuelta de un nuevo desarreglo en el frente internacional, el latente desorden en nuestro entorno sociopolítico y, finalmente, la posible reiteración de un fenómeno climatológico adverso. Más allá de su ocurrencia e intensidad, es necesario estar inteligentemente preparados para enfrentarlos.
Sin incluir el agravante del impacto de la creciente inseguridad y criminalidad en el país, es conocido que cada uno de los tres elementos ha generado, independientemente el uno del otro, una secuela negativa en el desempeño de nuestro PBI que se estima en no menos del 1%. ¿Qué significa esto?
En su más reciente proyección para el PBI peruano, el FMI estima que hacia el 2025 este desacelerará alcanzando una tasa de 2,6%, debido al agotamiento del efecto rebote de este año y a la aún débil recuperación de la inversión privada. En dicho contexto, la sola aparición de uno de los factores adversos reseñados podría reducir el crecimiento a 1,6%. Si dos de ellos se presentan paralelamente, no dispondríamos de crecimiento alguno para el próximo año.
Es fundamental que los empresarios distingan una posición pesimista del entorno, de otra que se acerca a la necesidad de ser inteligentemente previsores en un contexto de marcada incertidumbre. Nadie puede garantizar hoy, considerando las complejidades geopolíticas y, según el mismo FMI, la desaceleración esperada para EE.UU., China e India, un escenario internacional ausente de una potencial descomposición. De otro lado, nadie puede asegurarnos el desenlace final de un proceso eleccionario peruano distanciado de una creciente inestabilidad política e inseguridad. Finalmente, nadie puede confirmarnos la ausencia de un nuevo golpe climatológico los próximos 24 meses.
¿Qué hacer?
Primero, la buena noticia es que en los últimos cuatro años ya hemos aprendido del impacto que cada uno de los tres eventos generarían sobre nuestros negocios. Sabemos de las consecuencias que ocasionarían en nuestras ventas, costos, ‘pricing’, renovación de inventarios, cadena de suministro, posibilidades de financiamiento y canales de comercialización, etc. Esa experiencia la debemos tener muy presente como referente.
Segundo, es esencial preparar escenarios sobre los cuales construyamos planes de contingencia que nos permitan, previsoriamente, hacer frente a choques no deseados tanto de naturaleza interna como externa. Hoy, los planes estratégicos vigentes en nuestros negocios deben ser reevaluados, recalibrados y potenciados. Debemos tener respuestas claras al clásico ‘what if’. ¿Qué haremos?
Tercero, complementariamente, es necesario redefinir la estrategia de participación de nuestros gremios en la solución activa de los graves problemas de gobernanza del país. Ya tenemos claro que las deficiencias del sector público en términos de calificación de gestión, organización y dimensionamiento, tienen su origen en la escasa institucionalidad y ausencia de mecanismos de rendimiento de cuentas a favor de empresa y sociedad civil. No debemos ser ajenos a este tema.
Invito a que nuestro sector empresarial sea realista y se mantenga sanamente preparado. Sólo así se construye y sostienen las empresas exitosas, independientemente de su escala o actividad. El futuro próximo será retador. Parafraseando al gremio asegurador: “Es mejor tener un plan de contingencia y no usarlo, que desaparecer del mercado por no haberlo tenido.” Éxito a todos.